Cuarenta minutos y una correspondencia (homenaje a J. C.)

Cuarenta minutos y una correspondencia (homenaje a J. C.)

Cada mañana me sobrepongo a la noche y envuelta en capas de vestimenta, no cien por cien algodón, me adentro en la boca del metro que todavía bosteza somnolienta.
Me enrollo con un fino cable, cual hilo de seda, y una vez en la crisálida pulso el «play» que me metamorfosea.
Mis ojos, derecha-izquierda, consumen palabras a primeras horas, el único desayuno que no se me indigesta.
Velocidad horizontal vibrante, puertas que se abren y cierran como parpadeos, figuras fantasmagóricas que en un momento ¡ya no están!
Colonias, perfumes, jabón, olores que disfrazan a otros más dulces, más rancios, más ácidos…
Capas y más capas, todas nosotras, oruguitas encapsuladas, desplazándonos en la oscuridad.
Desde el andén señalan letreros azules sin obligatoriedad.
En el trascurso algún destello, miradas que se cruzan, roce en la barra de dedos…
Salto en la próxima estación en curva. Subo por la escalera mecánica hacia la luz.
Un último esfuerzo en la pesada batiente para ser cegada por el eléctrico cielo.
Inflo el corazón y salgo de la pupa.
Ya con alas ¡sí! Ya rugiendo mis ¡colores!
¡Vuelo de mantequilla!
Mariposa ¡al fin!

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