Camina lentamente, la cabeza entre los hombros, los brazos a ambos lados del cuerpo, pesados, muertos.  Agotado por el duro día de trabajo, apenas levanta los pies de suelo.  Solo se arrastra paso a paso.

Otro día más, igual que el anterior, igual que el siguiente.  Otra jornada gris, sin luces, sin brillo, empujando la pesada piedra por la ladera empinada, como Sísifo, eternamente.

Baja las escaleras sin brío, empujado por una muchedumbre con prisa por llegar.

_¿Llegar a donde, a una habitación desierta, sola y triste en la que descansar para volver a iniciar de nuevo día, igual al anterior?

No soñaba con esto cuando cruzó un charco de algo más de 14 kilómetros detrás de un sueño, una vida distinta a la que vivía y que aborrecía, con las ilusiones íntegras y el corazón ligero.

De aquello han pasado ya 8 años y las ilusiones se desvanecieron hace tiempo.  Su corazón ahora pesa como una losa, como la enorme piedra del rey de Éfira.

Ahora solo ansía volver, no a la oscura habitación sino a su brillante y caliente tierra, pero ese tren no sale desde el andén en el que espera.

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