Sentada en un banco rojo, Noelia impertérrita contemplaba el ajetreado vaivén de aquella estación de tren. Centenares de personas poblaban los andenes esperando el ferrocarril que les llevara a su destino. Trenes de cercanías, media distancia, alta velocidad, mercancías. Todos ellos diferentes entre sí, confluían allí como los pasajeros que recogían y dejaban. Gotas dispares de un mismo charco.
Noelia, ajena a aquella caótica realidad, era incapaz de olvidar esa pregunta. “¿Si pudieras huir sin más, dónde irías?”. Huir, lejos, sin más… Las horas fueron pasando mientras la tarde caía en la estación. Los pasajeros lentamente abandonaban los andenes. Sin embargo, Noelia continuaba sentada en ese banco rojo, mirando al horizonte, impasible, pensativa. De pronto, reparó en que en el andén de enfrente había una persona exactamente igual que ella. En ese instante, el teleindicador mostró: “Próximo tren destino: ninguna parte, 8 minutos”. Miraba al frente. La pregunta circulaba por su cabeza una y otra vez. 7, 6, 5, 4, 3, 2…“¿Y si pudieras huir sin más, dónde irías?”, gritó el desconocido desde el otro andén. Entonces, con el tren apareciendo en la estación, Noelia vociferó pletórica: “¡¡A ninguna parte!!”. Por fin, había descubierto cuál era su destino.
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