La noche suspira en silencio, las estrellas se mezclan con su mirada y el aroma de las flores con el perfume de su piel; ella sonríe y besa sus labios una y otra vez, lo observa intentando memorizar cada centímetro de su cuerpo, cada uno de sus gestos y lo abraza, lo acaricia con una intensidad perturbadora intentando que él memorice la textura de sus manos, la tibieza de su amor.

Él aprieta fuerte sus dedos, susurra un “te amo” y una lágrima indiscreta humedece el brillo de las estrellas.

Las campanas de la estación anuncian la hora señalada, el bullicio de la multitud quiebra el silencio y las siluetas de los transeúntes deambulan entorno a ellos. Ella pronuncia un tímido “te amo” mientras besa sus ojos, sus labios y acaricia sus cabellos.

Él la observa en silencio, con sus manos le regala un beso y en silencio agradece a Dios por haberlo bendecido con aquel Amor.

Desde el andén ella lo mira y sonríe, esforzándose para que el llanto no obnubile su vista impidiendo ver su imagen; alza sus manos, agita el pañuelo y con el pensamiento eleva una oración al cielo, pidiendo a Dios por su regreso.

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