Espero mi tren, unas personas llegan, otras se van, es parte de mi rutina diaria. Entonces siento que se aflojan mis ataduras y me nacen alas.
Desde el andén vuelo al pasado, voy atrás, retrocedo en el tiempo y me detengo en la ciudad de mi adolescencia, en el último año de secundaria, en el aula C, los estudiantes oyen una clase, allí estamos sentados nosotros en una de las filas de pupitres, tú delante y yo detrás. De momento te vuelves hacia mí y con una cuchilla me haces una heridita en la yema del pulgar, luego te haces otra en el tuyo y con los otros dedos aprietas ambos pulgares, después te vuelves al frente. Ha sido todo muy rápido, nadie a nuestro alrededor ha notado nada asombrosamente. No he sentido dolor alguno por ello, solo oigo una vocecita dentro de mí que me dice: esto es amor del bueno.
Hoy estoy segura que ese fue nuestro antídoto contra el olvido. No imaginábamos entonces el rumbo distinto que tomarían nuestras vidas unos meses más tarde, vendrían la separación física de largos años y la aparición de otras personas en nuestro destino.
Ya llegó mi tren, subamos ahora amor.
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