Pertenezco a esa generación que creyó en el amor para toda la vida
Tenía cuatrocientos cincuenta kilómetros por delante, ideal para encerrarme un rato en mi cascarón. Bajé la persiana para dejar el asiento en penumbra. Prefería memorizar aquel paisaje que tantas veces fue mi compañero de ida y vuelta.
Cuarenta años atrás comenzaba este viaje son su marido y sus tres hijos. Él quería vivir en el campo y ofrecer a sus hijos un mundo más limpio. Ella adoraba Madrid y le encantaba su trabajo. Era actriz. Lo dejó todo y sacó una plaza de funcionaria local para poder aportar un sueldo a la familia.
Sus hijos crecieron felices en aquel entorno. Ella también trató de ser feliz. Él no pudo serlo. Nunca estaba contento. Se hizo mayor. Ella no fue suficiente para él. Apareció una turista un día y él se sintió joven de nuevo.
Me tuve que tomar un tiempo para entender que somos seres imperfectos.
Vuelvo de ver a mi hija, la única que se quedó a vivir en el pueblo.
Hemos llegado a Chamartín. Desde el andén me saluda mi amor. Le quiero. Le elegí en la madurez. Es mi compañero.
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