Fuimos dos. Él, siempre pesimista y triste. Y yo, a pesar del cansancio de haberlo cargado toda la vida, intentaba estar alegre y esperanzado. 

Desde el andén sentíamos el rugido intenso del tren que se acercaba. A él lo sentía cada vez más triste y yo, intensamente nervisoso. Ya veíamos al tren. Todo vibraba. No sé si era por la llegada del tren o por la intensidad de los latidos de mi corazón. Pero todo mi ser se estremecía. 

– Hasta aquí llegaste- dije sin remordimientos. 

– Nunca me apartaré de ti – me susurró al oído.

– Eres parte de esta vida que ya no necesito. 

– Pero siempre seré parte. Y volveré. Sé que volveré como lo he hecho antes. 

Nos acercamos al filo del andén. Justo al pasar el tren lo lancé al vacío. El tren no se detuvo. No hubo ruido. Nadie lloró. Nadie lo echó de menos. 

Regresé solo, liviano. Al fin pude desprenderme de mi triste pasado. 

Sé que volverá a sentarse a la mesa. Me sorprenderá como siempre me sorprende. 

Otra vez viajaremos juntos. Otra vez lo lanzaré desde el andén. 

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