Diana estaba como un tren. Se llevaba genial con ella y sus compañeros del trabajo le hacían bromas a diario por lo evidente que era lo mucho que le gustaba.
Se la encontró en el andén del metro y ella le confesó que estaba harta de su novio y necesitaba salir de bares y emborracharse.
– Yo también tengo muchas penas que ahogar -respondió-. Te invito.
No pasaron ni dos horas y ya estaba besándose con ella en la terraza de un bar.
Lo pensó mejor y se detuvo… Esa chica le gustaba de verdad pero ella se estaba desahogando por frustración con el novio. Necesitaba saber que aquella historia tendría continuidad.
Aquel día aprendió que, en ese tipo de situaciones, lo primero es dejarse llevar y luego, si acaso, pensar en voz alta. Que si es un «no» ya no hay forma de volver a empezar la historia desde el andén.
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