En la estación del pueblo la gente espera el tren que viene de la ciudad y donde viajan familiares y amigos. Unos ríen, todos hablan, los niños juegan y entre gritos y risas la espera se hace más corta. Apenas quedan 15 minutos para la llegada. Todos queremos abrazar a nuestros seres queridos, deseando que lleguen pronto a casa para disfrutar de las fiestas juntos. Yo espero a Sandro, que desde que marcho a la universidad apenas le veo, y le echo tanto de menos.
Le veo llegar. Viene solo, con la mochila al hombro, caminando despacio. Se me acerca y apenas roza mi mejilla con sus labios, dulcemente. Siento como su mano coge la mía, me sonríe y al apartarse nuestros ojos cruzan una mirada y comprendo. Le oigo susurrar siempre te querré… Y desde el andén veo como su cuerpo se difumina al alejarse hacia un lugar del que solo él sabe.
Las sirenas de emergencia ya se oyen a lo lejos. Todo ha quedado en ominoso silencio. Yo me voy pues sé que es inútil esperar. El futuro de todos nosotros ha quedado roto en un tren, tan solo diez minutos antes de llegar a su destino.
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