-Te esperaré siempre.
-No quiero que lo hagas.
-No digas eso. Mi vida se detiene cuando no estás.
Ninguno ha abierto la boca. Sólo se miran. A los dos se les encoge el corazón.
El de él late demasiado deprisa. No quiere perderla. No sabe cómo retenerla. No se atreve a decir la verdad.
A ella el miedo se le escapa a borbotones. Miedo a lo desconocido, al futuro, al cambio. Un destierro necesario y autoimpuesto. No está segura de nada, salvo de que así es como debe ser. Tiene palabras estancadas en la garganta.
Mañana saldrá el sol y se pondrá. Pero el paisaje no será el mismo. Un nuevo mundo le espera al otro lado. Será gris y él no estará.
Siente un miedo voraz y absoluto. Estará sola.
La gente pasa. Les empuja. Bolsas y maletas difíciles de subir al tren. Otras voces sonríen, se despiden, prometen llamadas, correos. Suena un último aviso.
Él piensa en besarla. Ella cree que la va a besar.
Universos alternativos desfilan entre sus ojos en una fracción de segundo.
Ninguno hace nada.
-Gracias por ayudarme… con el equipaje.
-De nada.
Él se aparta y, desde el andén, la deja escapar.
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