El día que me abandone dejaré de vivir, y a su lado me siento morir. Él lo sabe, yo también, y por eso cada día nos regalamos una tregua.
Desde el andén vemos llegar el cercanías que me llevará al trabajo. El segundo vagón se detiene frente a mí. Asciendo los dos peldaños. Mi tiempo me observa, invisible entre la gente, consciente de que no puede, no debe subir al tren.
Ya en mi asiento junto a la ventana extraigo el libro del bolso y me abandono a la infidelidad de la lectura. Dispuesta a dejarme seducir por otro tiempo que no exige compromisos, que solo me ofrece placer. Última mirada a la estación que se aleja. Él ya no está, me espera en otro andén.
Pero hoy mi tren no es el habitual. Voy al encuentro de mi familia en vísperas de Santiago. Con el tiempo prestado, con un libro entre las manos.
Un golpe en la ventana, y al otro lado mi tiempo me grita, me avisa. No le entiendo. Amasijo de hierros, olor a sangre, a libros quemados, esperanzas rotas. Mi tiempo a mi lado llora, se despide, muere. Y yo con él.
En memoria
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