Habían pasado muchos años desde aquel encuentro furtivo donde sus miradas cubiertas de sal se habían alejado. Pasaron su vida añorándose como un niño añora a la madre que le dio la vida y que un día sin ninguna explicación decide abandonarle. Pasó el tiempo y ambos siguieron recordando esa mirada que cada día les daba fuerzas para continuar con sus vidas, humildes e imperfectas a la vez. Él se casó con su novia de toda la vida y ella jamás volvió a olvidarse del roce de sus caricias, ya que no dejó que ningún otro hombre la volviese a tocar nunca más. Dos vidas diferentes con dos destinos inacabados y muertos en vida; un día cualquiera, de nuevo un viaje en tren, que les transportó a ambos a la estación donde se dijeron adiós. Ella estaba sentada en el banco de siempre, él apretaba fuerte la mano de su hijo menor, quien iba a realizar su primer viaje y de repente una sonrisa, un deja vu, tal vez realidad. Dos miradas entrecortadas, pero fijas, que transpasaban fronteras y se sonreían desde el andén como dos desconocidos que esperan un tren cualquiera tal vez hacia ninguna parte.
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