De no ser en la ficción… los trenes -ya modernos y robustos, ya locomotoras remozadas- siempre viajan al futuro. Al futuro, compendiado en sus sencillos ejes espacio-temporales. Pero Clara, entonces, no tenía nada claro aquel concepto.

   Desde el andén la ansiedad que acompaña a todo preparativo de viaje ha desaparecido. No así la incertidumbre de haber atinado con el destino. Allí está Clara, a punto de tomar un tren de Velocidad Alta rumbo a una ciudad sacudida por un mar y un océano cuando azota la tempestad…como en esos momentos el corazón de la misma Clara, embestido por pueriles ilusiones, temores, deseos… y mal ignoradas perspectivas de nostálgicas ruinas.

   Una ciudad en la que te faltan vidas para visitar sus joyas: se dejará por ver todas, pero esa vez será lo de menos. Una ciudad en la que la espera su gran amiga, para no terminar de conversar… ¿o sí; tras tanto tiempo? Una ciudad en la que va a visitar a un compañero de adolescencia: percances de la salud de él la animan a cumplir la promesa abandonada de volver a ver a su viejo amor.

   Clara sube a su vagón, como si de una montaña rusa se tratase.

 

 

                              

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