Todos los días, a la misma hora, “X” bajaba las escaleras, picaba su billete y se sentaba a esperar. Desde el andén, veía pasar los trenes, sin subirse a ninguno. Esperaba la llegada de “Y”. Él la miraba desde el otro lado, en la vía opuesta. Cada uno iba en una dirección distinta, a cada uno le gustaba coger el metro en un momento distinto del día. Él era hombre de mañana, ella mujer de noche. Tuvo que llegar tarde un día a casa para conocerla. Cuando él volvía, ella iba.
Un día, se atrevió a cruzar, a llegar al otro lado. Subió escaleras, cruzó pasillos y bajó nuevos peldaños. Cuando llegó al andén contrario, no la encontró. Tuvo que mirar al otro lado para verla, justo en el andén donde él siempre se ponía. Justo en el lugar que acababa de abandonar. ¿Cómo habría llegado allí? Sin duda ella invirtió el tiempo que él tardó en cambiarse de sitio para hacer lo mismo, pero a la inversa… Tal vez ella escapó de él inconscientemente, sin saberlo.
Definitivamente era cosa del destino. Nunca encontrarse, nunca hablar, nunca conocerse. “X” necesitó atreverse a hacer aquello para confirmar sus sospechas.
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