Gradualmente comenzó a percibir la dulce fragancia emanada de las flores que poblaban colosal jardín, llegando a tal grado que su espíritu se solazó pleno mientras contemplaba el armónico destello de sus mágicos colores; esa visión expuesta ante sus ojos le permitía descubrir sin asombro una gama de tonalidades, desconocidas para él. Ese majestuoso espectáculo coincidía con el canto armonioso de cuantiosas aves que lucían bellos y diversos plumajes, en tanto navegaban el espacio creando heteróclitas corografías en sosegada danza.
A su frente, el mar aplicando apaciguado vaivén construía ola tras ola oteros de espuma sobre una playa infinita de arena blanca que se extendía bordeada de cocoteros y árboles frutales los cuales exponían racimos exuberantes al beso de un sol tibio que parecía pernoctar sereno entre copos de nieve.
El viento vespertino lo acariciaba empleando suavidades de felpa, las frutas ante el hecho exclusivo de observarlas, difundían en su paladar sabores esenciales. Ahí adyacente al filo de la vigilia y el sueño, escuchó suaves voces de neutros matices gritándole: Caín. Haciéndose consciente, sabiendo ya quien era, conjeturó: esas palabras llegan a mí desde el edén.
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