El café caliente de cada mañana me esperaba en el comedor, al igual que mi bella esposa Esperanza. Era otro día rutinario junto a mi maletín, mis papeles y mi escritorio. Los amigos del trabajo con sus aburridos chistes, se congelaban las agujas del reloj, mientras que el jefe alimentaba su ego con gritos que perdían el sentido. Al terminar la faena me preparaba para dormir junto a mi tierna esposa, pero Bianca, mi perra, me lamió la cara, y pude darme cuenta que aún estaba en aquel banco del parque, en el cual llevo años en búsqueda de esperanza, para poder dormir feliz, reírme de los aburridos chistes de mis colegas y soportar el ego de un obstinado jefe. Ahora que lo pienso bien, me cuesta creer que un hombre pueda s sueños, así que seguiré durmiendo.
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