Leonor salió de la ducha. Las ocho. Tenía prisa y un billete en el AVE de las diez. 
Hacía poco que le conocía. Todo fue deprisa. Le gustaba su inteligencia, su sensibilidad, su risa, su sonrisa, su cuerpo bien mantenido para la cincuentena, su sentido del humor. A las mujeres les gusta que les hagan reír. Pero se veían poco, aunque cuando estaban juntos era la gloria. 
Leonor empezó a enamorarse como nunca. También a desconfiar como nunca. A veces él no la llamaba, no contestaba a sus mensajes. Sus excusas cada vez eran más absurdas. Ella no se atrevía a confesarle sus dudas. Era fuerte, orgullosa. Dormía mal. No sabía vivir con celos. Le quería. Se detestaba. No quería seguir así.
Santa Justa. Desde el andén divisó la pasarela en la que se encontraron por primera vez. Se secó las lágrimas. Riiiing. Contestó sin mirar. «He perdido el tren. Mo me llames más. Adiós». «Hola, señora, encantada de saludarle. Soy Hermelinda Cifuentes y le llamo de Modafón. ¿Es usted la titular de la línea?…  Oiga.  Señora, señora….»
Subió corriendo las escaleras, riéndose como loca. Le abrazó.»Hola, rubia, qué guapa estás».

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