Sentado en el anden veo detenerse el tren. No es el mío. A través del cristal de una de las ventanas veo el perfil de un rostro femenino. De pronto se vuelve hacia el exterior y veo sus ojos negros. Recorre el anden con la mirada y tropieza con la mía. Se detiene apenas unos instantes y sigue su recorrido. Yo me quedo anclado en su hermoso rostro, en su negra cabellera, en sus enormes ojos.

De pronto su mirada vuelve a mi. Sus ojos en mis ojos. Su belleza me duele. Siento que mi corazón acelera sus latidos. Desearía decirle: «Te amo». Y mis labios se mueven imperciptiblemente. Ella aparta la mirada solo por un instante y vuelve a mis ojos. Oigo un silbato y el tren se mueve. Ella se mueve. Mi mirada se mueve. Pero yo sigo sentado. Con mi alma padeciendo por anticipado una ausencia. La sigo con la mirada y ella se despide con la suya.

Yo sigo allí, anclado, sentado en el anden, recordando su rostro, enamorado. Cierro los ojos e imagino al tren regresando y pienso que al abrirlos voy a ver su rostro de nuevo.

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