Ayrin surcaba el suelo cósmico con la decisión de quién alberga el impulso de la vida. Las estrellas reflejaban sus contorno amarillos cuando se deslizaba alrededor de ellas. Oyuan seguía su rastro sumido en un estado de flotación inmaterial deslizándose al son de aquel haz luminoso que rasgaba la negrura del espacio que les envolvía. Las partículas de Ayrin trasladaron diferentes impulsos unas a otras y ésta dejó de jugar. Había llegado el momento de desvanaecerse. El único momento en la vida de una figura corpuscular donde afloraba una sensación parecida al miedo. Ayrin por marchar y Oyuan por perderla. Los bordes electromagnéticos de Oyuan comenzaron a temblar y a formar picos que rasgaban la oscuridad intentando abrazar a su compañera. Ayrin se encontraba con la calma de un destino aceptado y comenzó a blanquecer para fusionarse con el vacio. Oyuan cambió sus colores cálidos por una gama de colores violetas. Oyuan se crispó frenéticamente y Ayrin desapareció como si nunca hubiese existido. Pero allí se encontraba Oyuan, el primer aura estelar con memoria, donde, desde el andén del espacio infinito, guardo por un momento la esencia de su existencia para buscar a Ayrin en la otra vida.

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