Se había divorciado de mí hacía dos meses. Yo seguía con mi vida, no cambié nada de mis rutinas, como si estuviéramos juntos. Creí que era lo mejor.

Damiana venía a limpiar todos los martes y yo le dejaba la plata sobre la mesa antes de irme al trabajo. Cuando volvía me gustaba el aroma a limpio en toda la casa, la ropa planchada y doblada sobre la cama. Hacía dos meses que apilaba la ropa planchada en su lado de la cama. Me gustaba guardarla ahí, nada extraño por otro lado. Los armarios estaban vacíos y eso resultaba útil ya que podía pensar otro uso para ellos.

Ese martes cuando entré al escritorio vi una postal vieja apoyada en el teclado del ordenador. Damiana la habría rescatado haciendo orden y la había colocado allí para que  la viera. Una foto de una estación de trenes de un país que no recordaba. La tomé entre mis manos y leí al dorso. La letra ilegible decía algo así como » Desde el andén de esta estación puedo verte aunque estés a miles de kilómetros de distancia». La desconocí por completo y la tiré al cesto de la basura.

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