Los altavoces anunciaban llegadas y salidas.

La mujer dejó en el andén ambas maletas mientras se acomodaba el suéter sobre los hombros. No parecía cansada, a pesar de que llevaba más de 12 horas recorriendo las plataformas de la estación. Las maletas no estaban muy cargadas, sus pertenencias más pesadas eran las expectativas que se había hecho de este encuentro. Meses de diálogos escritos, meses de conversaciones sin voz con extraños incorpóreos, y ahora una cita que podría convertirse en un viaje sin retorno.

La hora convenida no había sido clara; “nos vemos a las 7 debajo del reloj”. Apenas había amanecido ella se dirigió a la estación: en cada andén había un reloj.  

Pasaban ya las 7 de la tarde cuando ella descubrió, bajo el reloj del andén número 9, a un hombre que llevaba las señas que él le había dado y en cada mano una maleta. Pasó a su lado rozándole el brazo, y se siguió de largo.

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