Llegó, corriendo al andén del metro, en la estación en Sol, su cabello rizado, su piel canela y esa delgadez que parecía se la llevaría el viento, con sus vaqueros ajustados y su camiseta ceñida. Miro la hora de entrada del próximo tren, en donde él vendría, solo tres minutos le separaban de él, tres minutos en los que recordó, como si lo estuviese viviendo aquella tarde de otoño, cuando por primera vez él, le hizo el amor.

La primera vez que se dejó llevar por el deseo, la pasión y el sentimiento. La primera vez que desmontó las barreras para que unos dedos ágiles y gentiles llegaron a tocar su punto más intimo, la primera vez que se humedeció por el placer, y dejó entrar al hombre en su ser, aquel hombre que ahora esperaba desde el anden.

El tren, se detuvo frente a ella, miró como todos bajaban, ella, con una sonrisa, buscaba con su mirada entre la gente que desembarcaba, a su amor, su recuerdo, su pasión.

El tren, cerró las puertas, se marchó, no bajó su amor en el andén, entonces recordó que fue en ese andén en donde le perdió.

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