Tomasito, con su vieja Remintong, desde el andén, debajo de la sombra de un árbol, frente a la Administración Pública y con sus dedos índices, “chuzografiando”, sobre el teclado de su máquina de escribir se gana el sustento para su familia; y le sobra para tomarse cerveza e ir al estadio a ver el equipo de sus amores.

Muy de mañana monta su oficina portátil: una mesa pequeña, el código civil, un pequeño banco de madera para sentarse y su vieja máquina de escribir, que a pesar de su larga edad, se deja digitar a gran velocidad, adquirida por Tomasito en estos años de labor que la vida le ha enseñado haciendo desde cartas de amor, derechos de petición, memoriales, tutelas, declaraciones tributarias hasta el papeleo para los trámites del tránsito.

Se diría que la vida lo ha llevado de la mano por el conocimiento del derecho en forma empírica y a la fuerza. A veces, cuando lo consulto por sus servicios profesionales, me queda el gran interrogante: ¿no perdería el derecho, la universidad y la administración pública un gran talento al no tener a Tomasito en la nomina de su empleados? 

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