Tocaba el timbre del apartamento 355 donde siempre estaba esperando esa morena de ojos grandes y cuerpo grueso como le gustaban a él. Asomada en la ventana ella lo veía venir desde el andén y decidía como lo iba a recibir: ¿se quedaría totalmente desnuda, se dejaría las tangas y una especie de camisa blanca o insinuaría un juego de roles?
Siempre fue así durante 3 meses: Un sexo lo suficientemente rojo como para no marcharse y lo necesariamente libre para querer quedarse.
Y en esa comunión de desintereses y en ese compromiso con lo puramente sexual apareció un día casi negro como sus ojos y tan fino como la división entre la libertad y el encierro que tiene el amor. Por primera vez en 3 meses el timbre no sonó y al asomarse por la ventana y no verlo tenía que comprender que la vida es así, que no era más que una mala versión del amor y la libertad que le dejo una suerte de soplo en la cara y un vacío en el estomago al saber que esta noche tendría que salir al bar del Centro a buscar un nuevo amante que le dé amor sin compromiso.
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