Lejos de la playa

Lejos de la playa

Raúl Rubio

24/09/2022

Quiere salir por patas, huir como sea de esta ratonera, retroceder y buscar la puerta de entrada, pero
no ve nada, la oscuridad es absoluta y no se oye ni una mosca. Teme resbalar, tropezar, perder el
equilibrio, y no hay manera de encontrar ni siquiera un lugar donde agarrarse. Tras un silencio
absoluto se encienden repentinamente halos de luz de colores chillones, dando piruetas para todos
lados y acompañadas de un sonido ensordecedor como de videojuego, mientras un gran reloj marca
la cuenta atrás. Busca por todas partes una salida pero ya es tarde, justo el presentador aparece en el
plató y con la mano que agarra las hojas del guion le invita a acercarse.
“Buenas noches, ¿Cómo se encuentra?” No responde, no entiende de qué se trata, qué hace él aquí.
El presentador ríe mirando a una de las cámaras, en concreto la de la luz roja. “Imaginamos que se
ha quedo muy perturbado después del suceso ¿No es así señor Pérez Pérez?”. “Me llamo Rafa, Rafa
a secas”, consigue balbucear. El showman sonríe aún más exageradamente, como si por detrás de la
cabeza tuviese una manivela que le estirase la piel. “Como pueden ver, nuestro invitado ha quedado
profundamente afectado por el triste suceso de esta mañana”. Rafa coge uno de los rotuladores en el
mostrador, y sobre un papel en blanco garabatea una mierda con una mosca satélite. Se acerca a la
espalda del presentador y lo expone por detrás de su nuca. Mira en la pantalla grande, la que replica
la imagen que se emite por antena, y comprueba como su dibujo se ha convertido en unas flores y
una letras: “Amo esta tele”. Se desmaya.

En un cercanías. Su cara embobada en la ventanilla. El mar del maresme. La luz de las olas
repicando contra los espigones. No aguanta más en el curro. Pareciese como si estuvieran en una
trinchera, y por muchas llamadas de auxilio, no llegan repuestos. En el mostrador, en el maldito
centro cultural, en tirillas, ojalá la cosa fuera sólo de arremangarse. Le doy unos días de baja, pero
le recomiendo que se tome estos ansiolíticos, le dice el doctor de cabecera. Cabecea, frente a la
ventanilla cabecea, y sueña que es un delfín en bañador, tomándose unas cervezas y unas aceitunitas
rellenas, y es verano, y ahora alguien saca una comba y saltan a la pata coja en la orilla, mientras el
tren regresa con la gente a rebosar, la que consigue volver o directamente fugarse, a media tarde y a
medio gas, de las jornadas de trabajo.

Se apaga la luz de los focos, el presentador se gira y ahora sí por fin se le borra la sonrisa de la cara.
Al pasar junto a él ni le mira, está ya absorto en su pantalla. Rafa se queda en el suelo del plató
ahora en penumbra, mientras el resto sale por la puerta. Yo sólo quería ir a la playa, pero no me
dejaron. Le obligaron a preparar la sala para aquel acto imprevisto con el alcalde. “Los presupuestos
más sociales de la historia”. Mientras las goteras en las salas del gimnasio llevaban meses sin ser
reparadas. Le habían pedido que se quedara a hacer horas extras. Rafa, hoy toca arremangarse. Sin
pensarlo dos veces se acercó simulando repasar el cable del micro y ya estando a un palmo lo cogió
por detrás, por el cuello, y con la otra mano y con un rotring desencapuchado amenazó a los
presentes “¡Que nadie se mueva! Al mínimo movimiento le clavo el boli en la traquea”. El resto
flipando. Chupatintas anestesiados abriendo los ojos por primera vez en años, a uno hasta se le cayó
la carpetita con el guion de la rueda de prensa. Los guardaespaldas apareciendo por la puerta con
restos de bocata entre los labios. La verdad nadie se había imaginando que algo así sucedería. El
conserje del centro cultural tenía agarrado al Alcalde y amenazaba con cargárselo. Imagen en
suspenso apenas unas milésimas de segundo. Al momento los fotógrafos reaccionan desenfundando
sus armas. Él apenas consigue balbucear en el micro de la camisa de su secuestrado “Cariño, nos
acaban de chafar el plan de playa. Hoy no me esperes despierta! Volveré tarde!”. Pero no le dio
tiempo a mucho más. Al ver las cámaras acercarse, y como si una bola de fuego habitara en su
interior, el cuerpo del excelentísimo entra en temblor, sus bíceps crecen de golpe, el pelo erizado y
color mostaza; Rafa no consigue retenerlo. Y justo una milésima antes que las cámaras acribillen la
escena, de la nuca del regidor irrumpe una cresta de pelo afilado que se le clava en la frente de
nuestro prota. Sangrando cae al suelo, a los pies del mandatario, y ahora sí los periodistas descargan
con contundencia sus flashes.

En la celda. Por fin lejos de focos, flashes y pantallas tintineantes. Con tiza escribe Rafa en las
paredes húmedas: “A la mierda!” Justo antes que el carcelero le deje caer por la portezuela otra
carta que se amontona junto al resto de mensajes de admiradores por su aparición en el programa de
la tele. Pero esta le llama especialmente la atención: ¿quién será el gilipollas que le envía un sobre
con pegatinas del pato donald? La abre lentamente, como quien abre un tupper de comida
putrefacta. Desdobla la hoja en la que aparece una sola frase: “Gracias Rafa” y la firma y dirección
del Alcalde, mientras algo menudo cae, repica en el suelo y queda boca arriba: su nombre y
apellidos impresos en un carnet de colores chillones. “Socio del Partido de Los Sueños”. Se saca la
polla y cierra los ojos, y mientras deja que salga la orina, se imagina que está en la playa, con el
sonido de las olas mojándole las piernas.

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