Engranajes torcidos.

Engranajes torcidos.

Mr. G.

15/09/2022

Les rogue una oportinidad, un último intento, pero se negaron. Llorando de impotencia recibi ese último cheque y cruce la puerta escuchando sus palabras venenosas a mis espaldas. Al final, la máquina maldita me había reemplazado al igual que a todos aquellos competenes empleados. Nos desecharon como engranajes usados.

Pase por la que había sido mi estación de trabajo, allí estaba esa… ¡Esa maldita caja rectangular y negra siendo maniobrada por manos jóvenes y «expertas»! Sentí el rencor inundar mi cuerpo con la furia de un volcán. Sus vibrantes colores y sus desagradable sonidos parecían burlarse de mí, como sabiendo quien ganó la batalla.

A mis 61 años, he sido jubilado. Pero se siente como si uno fuese desecho. Todo por esa maldita porquería nueva.

Tengo una casa que pagar, una hipoteca, créditos.

¿Qué tiene de bueno? ¿Qué hace que no pueda yo?

¿Cómo puede esa chatarra hacer mejor MI trabajo?

¿Acaso mis «viejos engranajes» no pueden hacer lo mismo que sus lujosos circuitos?

Trabajé como burro en esta empresa durante tres décadas y media para que al final me digan que otro puede hacer lo que yo mucho mejor. Que estoy viejo, que disfrute de mi vida con la pensión y mi familia.

¿Pero que saben ellos? Si mis hijos me aborrecen y mi esposa hace tiempo se fue. ¿Que familia? ¡Dirán los restos de una familia!

Si me lleno de cosas para no pensar que estoy más solo que un vagabundo abandonado por la suerte. Si me emborracho en el sillón mirando a la ventana durante horas hasta caer dormido.

Miro a esa caja metálica y pienso. Pienso en todo lo que he dado por este empleo y lo poco que me deja. Pienso en los años perdidos y en las arrugas que me entristecen el rostro. Pienso en todo lo perdido.

El rencor me corroe los huesos de nuevo y avanzo hacia la máquina. Mirándola con odio, recojo mis pertenencias y observo al muchachito frente a ella. Maneja la máquina como si fuera parte de él, con una destreza casi envidiable. Y eso me enfurece más. No quiero irme sin envenenar a alguien.

«Tene cuidado», le digo. Me devuelve la mirada, medio asustado, medio curioso. «No te vaya a remplazar como me hizo a mí», señalo la pantalla con la barbilla y, hecho una furia, me voy.

Al final, el aparato inteligente ganó.

¿Que será lo siguiente? ¿Qué los coches se manejen solos y tengamos amigos a través de pantallas?

Tal vez fumando se me quite este mal del pecho.

¡Dios mío ¿Cuándo terminará este martirio?!

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