La tercera de las más sobresalientes lecciones que he recibido en la vida, desde que inicié mis pasos por la literatura, la poesía y la redacción de crónicas deportivas, me la otorgó el Maestro Mario Rivero, (1935-2009) poeta Envigadeño, ganador del «PREMIO NACIONAL DE POESÍA DE LA CASA SILVA, 2001», entregado en la ceremonia respectiva aquel viernes nocturno 02 de noviembre, en el salón auditorio de La Casa de Poesía Silva, en el mítico Barrio De La Candelaria Bogotano, donde él nos deleitó leyendo algunos de sus más destacados poemas de entre sus libros publicados: “Poemas Urbanos”, (1963), “Baladas sobre ciertas cosas que no se pueden nombrar”, (1972), “Los poemas de invierno”, (1985), “Vuelvo a las calles”, (1989), “Del amor y su huella”, (1992), “V Salmos Penitenciales”, (1999), “La balada de los pájaros”, (2001), “La Balada de la Gran Señora”, (2003), y, “Viaje Nocturno”, (2008).
Él nos dictó a un grupo de 25 asistentes entre hombres y mujeres un taller de Poesía en la Casa José Asunción Silva, allí en sus salones, entre finales de septiembre y mediados de noviembre del año 1999.
El primero de noviembre de dicho año, festivo lunes, teníamos cita todos para asistir al taller de 11 am a 1pm.
Llegué a eso de las 10:30 y el Maestro Rivero ya estaba presente en la Casa de Poesía, esperándonos. Nadie más llegó y pensé, «que había ido a perder el tiempo, pues solo estaba yo».
El Maestro a las 11:10 am me dijo: «Vamos». Yo creí que nos íbamos y que no habría taller.
La grande sorpresa fue que entramos al salón donde siempre recibíamos el taller con mis compañeros/ras, todos los lunes entre las 6:00 y las 8:00 pm, y él empezó a darme el taller a mí, unipersonal y en privado.
Fue el más extraordinario taller de poesía recibido con prolijidad de lecturas en su melodiosa voz, gruesa, pausada, rítmica, sonora, de cantante de tangos, -que lo había sido desde joven-
y de la corrección placentera de mis poemas que le hube presentado.
Y lo que siguió, fue adicional de extraordinario como de placentero. Terminamos el taller a la 1pm y el Maestro me invitó a almorzar, que acepté complacido. Fueron almuerzos sencillos caseros y después pidió una media de aguardiente, que nos la tomamos, acompañada de anécdotas de su vida de cantor, y, además se mandó a capela unos soberbios tangos, que el sitio se mantuvo lleno a pesar de haberse pasado la hora de almorzar.
Fue una velada única que pude registrar en mi grabadora de casete que siempre me acompañaba, y que duró hasta las cuatro de la tarde, cuando nos despedimos, él para su casa y yo para la mía, bastante entonaditos los dos. La lección que me dió, radicó en estas cinco excelsas palabras, que me repitió, diciéndome que nunca las olvidara: «PHANOR, CON UN ALUMNO HAY CLASE».
Y la verdad es que pasan los años y la misma se mantiene conmigo aferrada a mi existir, vigente en mi trasegar diario, pues cada vez puedo degustármela cuando me la aplico en privado con mis escritos y con mis estudios bíblicos, que también elaboro y comparto por el facebook, sábado tras sábado, empezando los viernes a la caída del sol. Y jamás lo olvido: «CON UN ALUMNO HAY CLASE».
Además, cuando ejercí mi trabajo de Conferenciante, viajando por diversas partes de mi país, entre el 2001 y el 2010, compartiendo e instruyendo a maestros, empleados y empresarios sobre temáticas básicas de Autoestima, Motivación, Memoria e Inteligencia, Atención y Concentración y Cómo Desrutinizar la Rutina, pude aplicarme sabiamente su bien aprendida lección; pues llegué a contar con auditorios de solo dos y tres personas asistentes y con ellos realmente fue las que más me disfruté.
Hoy día, en la privacidad de mi casa, cuando recibo la visita de alguien que desea un consejo, una asesoría, una instrucción o una recomendación, “siento estarme aplicando de forma puntual su sabia lección, DE, CON UN ALUMNO HAY CLASE”.
Compartiré un fragmento de su poema, “Motivos del día”.
“Mario me llamo
soy mordisco al aire
soy un husmea-cosas
soy un cuenta-cosas
Todas las mañanas
siento la hoja de barba
y la caricia del agua
cuando en el piso de arriba
posiblemente
un hombre y una mujer
yacen abrazados
Él la tiene en sus brazos
medio adormilada
mientras oriento mis pasos
hacia el día
Digo mentiras inútiles
y verdades útiles
Converso con los ancianos
que descansan en la hierba
o sobre los pedestales
de los héroes
Con el buhonero
que vende transistores
o lentes para que alguien se esconda
Con las nucas
que en los colectivos
se apoyan sobre el hombro
del vecino
Con los huéspedes de las buhardillas
y las de los cuartos
de las casas coloradas
con rendijas
que miran a los árboles
Llego hasta el apartado
esa ventanita al mundo
abro una carta
que tiene una estampilla
de los mares del sur
donde los pescadores
tiran varios días sus arpones
hasta dar caza al tiburón
entre espumas de sangre
Voy al parque
y violo una naranja
para no mirar a una colegiala
que hace su colección
de hojas de otoño
Soy bachiller en lentos
amaneceres en los puentes
Todos mis recuerdos
tienen el leve brillo
de una joya perdida
aunque hay momentos
que merecen repetirse …”
Salud, al recuerdo como a la grata e inolvidable memoria, de quien supo otorgarnos sus conocimientos sin medida, al Maestro Mario Rivero, y a su inolvidable como perfecta enseñanza: “CON UN ALUMNO HAY CLASE, CIERTAMENTE QUE SÍ”.
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