– ¿Y tú eras la que tanto sabías? Si eres incapaz ni de hacer esto. ¿Por qué te han contratado?
Estaba congelada. No sabía qué contestar. Era mi primer día en aquella empresa, yo no había dicho que supiera hacer esa hoja de Excel infernal que me estaban encomendando y que no sabía por dónde empezar. ¿Por qué me trataba así esta persona que acababa de conocer hace apenas una hora? Noté cómo el aire empezaba a escapar de mi pecho, como las manos empezaban a temblar. No, no podía llorar. No el primer día, por favor.
– Mar, perdona, yo la verdad es que esto no sé hacerlo, ya te lo he dicho. Pero aprendo rápido, de verdad. Simplemente explícame una sola vez lo que tengo que hacer y no te vuelvo a preguntar nada más, lo prometo.
– No, bonita, yo no te voy a explicar nada, tú sabías a lo que venías. Me ha dicho Laura que eres una experta en todo, que hablas no sé cuántos idiomas. De hecho, dice que hablas inglés mejor que yo porque has trabajado en el extranjero y todo… -Mar, vaciló un segundo mientras miraba a Lucía, la comercial del departamento que le devolvía una sonrisa disimulada, tras la que volvió a la carga envalentonada – Así que quiero que en diez minutos tengas terminada la hoja de ruta. Y no quiero que me vuelvas a preguntar nada hasta ese momento, ¿entendido?
Mar solo tenía un par de años más que yo. Yo tenía 25, ella no podía tener más de 27. No más de metro sesenta, delgadita, rubia teñida con un corte de pelo pasado de moda pero que le quedaba muy bien. Con unos fríos ojos azules que parecían reflejar el vacío de su alma, y es que en ese diminuto cuerpo no cabía la alegría ni, de hecho, nada bueno, como comprobaría más adelante.
Sin saber muy bien qué decir, me senté frente a mi ordenador y me puse manos a la obra. Acababa de terminar de estudiar un curso de Comercio Internacional. Solo sabía hablar inglés, nunca había vivido en el extranjero. No sabía que dónde se sacaba Mar todas esas cosas sobre mí. Jamás había trabajado en esto, no tenía nada de experiencia y hoy comenzaba mi semana de prácticas en la empresa. En realidad todavía no me habían contratado. Había hecho una entrevista para cubrir una vacante y aproveché para decir que tenía que hacer una semana de prácticas en empresa para terminar satisfactoriamente el curso que estaba terminando de estudiar y que, si le parecía bien a ellos, podía ser mi forma de demostrarles mi valía y ganas, ya que no tenía realmente experiencia. Todo esto Laura, la jefa del departamento, sí lo sabía. Pero parece que Mar no. O que Laura no les había informado correctamente.
Intenté hacerlo lo mejor que pude. Era una hoja de ruta con las expediciones de la semana. Pero aquello era un lío, en las fichas de los clientes aparecían varias direcciones sin que yo supiera a qué correspondía cada una. ¿Facturación? ¿Entrega? No aparecía detallado por ninguna parte, solo tenían un número para diferenciarlas. Me estaba poniendo muy nerviosa pero de momento, por lo menos, no lloraba. Terminé la hoja justo cuando Mar se levantaba de su sitio y se ponía a mi lado.
– ¿Pero esta mierda qué es? Todas las direcciones están mal, ¿es que no sabes leer? La dirección uno de este cliente es la correcta, para este cliente la correcta es esta, la 3, ¿es que no lo ves o qué? No es tan difícil, vamos, digo yo. Asómate Lucía, por favor, tienes que ver la que ha liado aquí «la experta».
Lucía se levantó mientras soltaba otra risilla. No pude más, exploté, me eché a llorar. No podía ni respirar. Pensaba que me iba a desmayar en cualquier momento. Mar puso una cara de esas que solo se ven en las películas de sobremesa de serie B. Era la maldad personificada y lo estaba disfrutando muchísimo.
– A ver, ¿por qué lloras, tonta? Venga, si no pasa nada. ¿Sabes qué pasa? Que tú no puedes ir por ahí diciendo que sabes más que todos los que estamos aquí trabajando años, aguantando todo lo que aguantamos a diario. Espero que hayas aprendido la lección.
– Pero es que yo no he dicho eso. – logré decir entre sollozos.
– ¿Qué?
Cogí aire. Pensé que todo esto no podía estar pasando en mis primeras horas en esta empresa.
– Mar, yo no he dicho nada de eso. Te lo juro. Porque no es verdad. Yo no sé más que nadie de aquí porque nunca he trabajado en esto. Yo no estoy contratada, yo estoy haciendo una semana de prácticas porque acabo de terminar un curso, yo nunca he trabajado en el extranjero, yo no hablo no sé cuántos idiomas. No sé de dónde sale todo eso. Por favor.
«Déjame vivir», fue como terminaba esa frase que no pude terminar, porque no podía dejar de llorar. Había soltado todo eso en un par de segundos. Casi sin respirar, temiendo que en cualquier momento me quedaría a medio.
Mar miró a Lucía. Lucía no conservaba ni rastro de la sonrisa. Mar se quedó descolocada también.
– Bueno, siéntate a mi lado y ves cómo se hace. Pero que sea la última vez que me lías una así.
Y esa fue solo una de las muchísimas humillaciones que viví en aquella empresa con futuro pero con una jefa de departamento, Laura, despreciable, manipuladora y mentirosa a la que le encantaba ver el mundo arder y tratar mal a todos sus trabajadores. Un año y medio de sufrimiento a diario que culminó con mi despido el mismo día que empezaba un tratamiento de fertilidad para ser madre, un inhumano final para un inhumano comienzo.
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