Un día más en la oficina

Un día más en la oficina

José Boissiere

26/08/2022

El resplandor iridiscente del portal, advierte a la mujer del regreso de su compañero, pero no hay bienvenida, el hombre arrastra el fracaso de su vida; ella se mantiene silenciosa, recostada del ventanal con la impresionante vista nocturna de la ciudad a sus espaldas. El hombre solo pasa para desplomarse exhausto en un diván. Pasado unos minutos exclama apesadumbrado:

—¡Comparecí ante El Comité!

Aunque su voz es suave, la noticia causa en su esposa una descarga de adrenalina que recorre su espina dorsal, erizándole la piel. El hombre prosigue con un “Mea Culpa” en voz alta:

—Prácticamente supliqué, me dieran una segunda oportunidad, a pesar del fracaso de mi gestión en lo asignado; declaré entender las consecuencias, de no haber presentado debidamente los cálculos que abalaban mis predicciones, sobre un desastre inminente, y acepté, que aquello constituyó la piedra angular de mi despido de la universidad, y de todos los proyectos asociados al acelerador de partículas. Traté en vano de resaltar lo ilógico de retirarme del plan, estando tan cerca del objetivo, y tontamente blandí el argumento de todo lo que estaba en juego, asegurándoles poder reestructurar mi estrategia y lograr el cometido.

El hombre hace una pausa, para sonreír irónicamente al continuar diciendo:

—En mi desesperación, llegue a sugerir me utilizaran en el ámbito financiero, tratando así, de ganar tiempo, y completar lo planificado; como si era posible negociar con el Comité.

El hombre se estruja la cara con ambas manos, tratando de sacudirse el estado anímico, para luego exclamar de manera sarcástica:

—¡Un día más en la oficina! —dice palmeando fuertemente sus rodillas y con mirada iracunda.

Luego de unos instantes, se incorpora lentamente hacia delante en el diván, mientras dice un poco más calmado:

—¡Que ridículo debo haber sonado! Negociando con argumentos infantiles, ante un panel de tales figuras. Imagino lo patético de mi estampa.

Ovina no soporta más la rutina autodestructiva de su marido, y rompe el silencio:

—Sircan, ¡ya basta! Tanto tú, como yo, y hasta el soberano Comité, sabían las características del proyecto, y el tipo de gente con los que estamos tratando, los cuales, aún rodeados de evidencias, se niegan a aceptar lo que se les restriega en las narices, no se puede esperar más de una civilización, que ni siquiera llega a tipo 1; siéntete mal, lo acepto, pero por un simple fracaso en un proyecto, que estaba condenado desde el principio al desastre por su propia mano, o por orden maestro, ¡no tiene sentido! Tú conoces los miles de proyectos que esperan por ti, con posibilidades ciertas de éxito, los cuales, no están en zona roja coqueteando con el peligro de jugar a ciegas, con el zoológico subatómico del nivel cuántico, como ocurre con el proyecto ‘Tierra’, aunado a billones de seres dañados de cepa, los cuales, en miles de años, lo único que han podido mejorar y depurar, es su forma despiadada de matarse los unos a los otros. Pregunto: ¿cuántos lo han intentado antes de ti, que no hayan terminado vejados, traicionados, torturados, y hasta asesinados vilmente, como ocurrió con el mismísimo creador del Comité, hace más de dos mil años terrestres?

Los reclamos de la mujer son silenciados repentinamente, por el resplandor desmedido y fuera de control del portal que se activa de nuevo. Sircan levanta su cara para mirar el rostro palidecido de su mujer, al comprender, que de no ser una falla casi imposible y catastrófica del sistema interdimensional, solo podía tratarse de un emisario del Comité, solo ellos podían pasar por encima de la intrincada tecnología del transportador, encriptado con entrelazamiento cuántico, algo inimaginable de fallar o de violar, hasta para la avanzada tecnología de civilización tipo 3, de Ovina y Sircan. El portal del transportador milagrosamente aplaca su descontrol, gracias al intenso campo desplegado por el enviado.

Ovina jamás había estado frente a un emisario divino, solo recordaba las historias que advertían actuar con respeto, pero sin sumisión, ya que solo se debía pleitesía, al Comité y a su Creador.

El extraño extiende su mano hacia Ovina, entregándole una delicada lámina, y Ovina la toma inclinando levemente su cabeza en signo de respeto. El ente se torna hacia Sircan, permitiéndole así, definir sus rasgos luminosos y la amplia sonrisa que le regala.

El visitante se acerca al ventanal, para contemplar por unos instantes la urbe que hierve a lo lejos, bañada en puntos de luz. Lentamente el emisario se desvanece, dejando tras de sí, un ambiente de paz y quietud. Ovina estupefacta, entrega a Sircan la misiva sin siquiera verla, y este al leerla se le ve palidecer, pero se esfuerza en disimular mientras exclama:

—¡Que gracioso! Aparentemente el Comité también tiene sentido del humor.

Ovina confundida, pregunta:

—¿De qué hablas?

—Dicen que me restablecen los privilegios, y me permiten regresar a la Tierra, si acepto resolver, aunque sea, uno de los dos subproyectos más problemáticos del planeta, ¡Venezuela o Corea del Norte! y así poder suspender la gran esterilización programada.

Ambos se miran fijamente, para de repente explotar en una carcajada. Sircan recuperándose de la risa y mirando fijo el paisaje del ventanal, intempestivamente pregunta:

—¿Comemos fuera? ¡Vámonos lejos de todo esto!

Abrazados caminan hacia el portal, aunque Sircan nerviosamente mantiene fija su mirada en el paisaje nocturno, como a la expectativa de algo.

Ovina sugiere:

—Vamos a una posada nueva en el sector 043 de las lunas de Orión, el suflé es…

El transportador silencia las últimas palabras de la pareja, que se marcha apresurada; frente al ventanal se puede observar al extraño visitante, materializarse nuevamente contemplando la ciudad y murmurar:

—Gracioso, ¡Tomar por “Mensajero” a «La Mano Ejecutora» del Comité!, y olvidar que el orden universal es para todos por igual, ya que todos tenemos un trabajo que realizar; gracioso, ¡Un día más en la oficina! —dice sonriente.

A lo lejos, focos de luz iridiscente crecen sin control en toda la ciudad, engullendo y desmaterializando todo a su paso, hasta cubrir el planeta entero, en cuestión de segundos.

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