Arquitectura, una profesión milenaria, causante de impresionantes obras que trascienden a través de la historia, testigos de los cambios que han sufrido el hombre y las culturas. Cada paso de la humanidad, ha dejado una huella en forma de edificios y ciudades, cada uno mostrando las diferencias económicas, políticas e históricas que se vivían en ese momento, así como las revoluciones sociales que dieron paso a grandes cambios; los edificios son los espacios en los que las personas buscan refugio, y más allá de las paredes de estos, se encuentran las calles, las avenidas, las banquetas y los puentes, infraestructura inerte, que cobra vida al momento que es atravesada para poder llegar a un lugar diferente, monumentos llamativos, o callejones oscuros, al final, todo forma parte de la cotidianeidad y la vida de las personas.
Pero ¿Para quién se construye? En las escuelas de arquitectura se les enseña a los estudiantes que deben conocer y estudiar al usuario, comprender y entender sus necesidades, saber sus actividades, con el objetivo de otorgar un espacio habitable, un espacio que pueda transmitir, y un espacio entendible.
El trabajo de aquel que proyecta, aquel que diseña, aquel que construye, va más allá de conocimientos técnicos, que, si bien son importantes, no son el alma, ni el objetivo último del proyecto. Y mucho más allá de los límites de la propiedad privada, se extiende el enigmático espacio público, conjunto de emociones, y torrentes viales, que conectan estilos de vida en un infinito número de formas y conexiones, donde las decisiones de unos pocos obedecen a las necesidades de un grupo privilegiado, de características poco cambiantes, a costa de ignorar las necesidades de muchos, e imponiendo a todos por igual.
Aquellos que toman las decisiones se han negado a realizar el necesario trabajo de la sociología, comprender que no todos transitan el espacio de la misma manera, ni por los mismos medios, no todos comparten destinos, tiempos y actividades, y cuando se planea para tan pocos, las minorías históricamente discriminadas, pierden oportunidades y calidad de vida, se les niegan derechos, encareciendo las relaciones entre distintos grupos, al mismo tiempo que se agrandan las diferencias y las desigualdades.
¿Cuál sería entonces el verdadero propósito de un arquitecto o un urbanista? Siempre se piensa en aquello que se puede apreciar con la vista, lo más monumental o escandaloso, que pueda llamar la atención, para llevar a la inmortalización de nombres y personajes, con el objetivo de engrandecer figuras políticas. Pero se ignoran los detalles que se impregnan en los otros sentidos, que tienen una igual importancia, o incluso mayor para algunas personas. Para recordar se debe sentir y percibir, para esto es necesario poder entender el espacio por medio de la manipulación, y cuando una calle o una ciudad no se pueden transitar, conllevan un mínimo o nulo sentido de la pertenencia.
Se deben repensar los espacios, pensar más allá de lo que se tiene preestablecido, de la norma acotada que nos indica cual es “el promedio” o “lo normal”, es necesario dejar atrás la forma fácil de diseñar, para empezar a incluir, mostrar los extremos, y sus necesidades, escuchando a todos por igual. Se deben plantear los espacios como un sistema, donde se integren diferentes soluciones, para dejar de crear zonas aisladas, que tienen pocas funciones, que son solo para determinados colectivos sociales. Muchos han sido los autores que han descrito la necesidad de cambiar el paradigma que gobierna sobre las ciudades, para voltear a ver a las mujeres, personas de la tercera edad, las personas con discapacidad, los migrantes, entre muchos otros grupos, que hasta ahora han sido ignorados, o incluso forzados a callar.
Es momento de repensar y replantear, no solo por el bien de la humanidad, el planeta entero está presentando una serie de cambios devastadores para todos, y dentro de las ciudades se pueden implementar toda una serie de cambios que pueden implicar menos impacto en el cambio climático, se necesitan ciudades para las personas, no ciudades para el automóvil, porque, retomando, dentro de estos últimos espacios, es más fácil que se den fenómenos como la exclusión, la desigualdad, el clasismo, el racismo y el deterioro ambiental.
Todos los que participamos en la toma de decisiones, y en el establecimiento de políticas públicas, debemos optar por crear ciudades para todos, porque de lo contrario, se convierten en ciudades de nadie.
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