Cuando transitás la adolescencia muchos momentos emblemáticos de tu vida te hacen sentir feliz y realizada. Uno de ellos podría ser tu fecha de cumpleaños; puerta de entrada directa hacia el inicio de una nueva etapa. O haber aprobado con muy buenas notas aquella asignatura que te restaba las horas de ocio. Pero si a estas realizaciones le sumamos un nuevo emprendimiento, esto le pone sal a la vida.
Lo tenía todo organizado: el speech de mi presentación, la mochila repleta de libros de cuentos (previamente seleccionados y ensayados) y actividades lúdicas para el exterior o interior. Trucos de magia, títeres, disfraz de payasa, caramelos y tarjetas de presentación personal para distribuir y promoverme entre los pequeños invitados.
Una oportuna conversación ocasional con una mamá vecina a mi domicilio confirmó un trato para que fuese a animar el cumpleaños de su hija. Así que con una respuesta positiva, estrené mi primer trabajo.
Celebraban los 5 años de Barbarita. Una niña que destacaba su brillo, no solo por una mirada repleta de preguntas, sino por las desopilantes respuestas que siempre tenía a mano. Carita vivaz, inquieta y curiosa. En estos tiempos se estilaban las tertulias en la casa familiar. ¿Se puede imaginar la vida sin Wi-Fi? Como el clima lo permitía contábamos con el living y el jardín exterior a cielo abierto. Ambos espacios debían colmarse de imaginación, creatividad y actividades divertidas.
Mi “misión, visión y valores” en este contexto que describo, solo tenían por objetivo el éxito de mi primera puesta en escena.
Desplegué con inmenso entusiasmo y esmero toda mi artillería móvil y tras una breve introducción ante un público menudo y disperso, logré instalar mi teatro plegable y dar inicio a una función de títeres. Las reacciones de los niños presentes eran de lo más diversas: por momentos reían, o se asombraban, o alguien aparecía tras el escenario para curiosear bambalinas y atrapar a la «bruja mala», o cambiar el final del cuento.
La tarde se extendió bajo la arboleda del amplio y sobrio jardín, habitado de murmullos y fondo musical, y atravesado por los cantos de las aves. Los trucos de magia habrían resultado entretenidos salvo un globo que no debía explotar y por error se coló en el libreto.
Desde la conocida “ronda redonda”, hasta las “escondidas”. Y desde “la búsqueda del tesoro” a la “mancha pared”, canciones y adivinanzas, desfiles de modelos en pasarela hasta que el sol enrojeció y comenzó a descender cansino su camino.
Algunos invitados comenzaban a despedirse y amorosamente le obsequiaba una tarjeta y unos caramelos; y así rodeaba de cálidos saludos a familiares y pequeños.
Pero la vecina que me contrató no me pagaba y esa situación a la edad de 14 años me resultó incómoda y difícil. Por lo que di otra amable ronda de saludos a familiares y pequeños… Y una tercera, ya sin más caramelos para ofrecer y dispuesta a saludar a todos una vuelta más.
Finalmente el abuelo de la pequeña anfitriona lanzó la afortunada pregunta a la vecina:
_ ¡Marta!. ¿Cuánto le debemos a la animadora?
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