Los empleados de la Volkswagen, en Pamplona, estaban cansados de trabajar 8 horas al día. Así que empezó a correr de boca en boca la idea de hacer una huelga para reducir la jornada laboral a 7 horas y media. Pronto decidieron hacer una asamblea para ver si iban a la huelga. El día 1° de mayo, quedaron en el gran almacén para tomar la decisión. Y así empezó la asamblea. Todos hablaban a la vez y nadie entendía lo que allí se decía. Un obrero tomó la palabra y a grito pelado calló a todos y propuso votar cuál sería el orden de intervención de los participantes, si por orden de antigüedad o por escalafones. Votaron, pero hubo mucha gente disconforme con el resultado y muchas quejas. Había que ver cuál era el peso del voto de cada obrero, si “un hombre un voto” o si el voto de cada obrero tenía un valor proporcional a los trienios que tuviera acumulados. Las obreras que eran una minoría, alzaron la voz:
—¡La suma de los votos de todas las obreras tendría que valer igual que la de todos los machos!
Se dispusieron a votar, pero no se ponían de acuerdo en qué votar primero. El más viejo dijo:
—Primero hay que decidir qué cuestiones son importantes y cuáles secundarias y dentro de las importantes, cuáles son necesarias.
Llegó la noche y se les ocurrió la idea de ocupar la fábrica hasta que llegaran a una decisión. Pero eso ante todo había que votarlo.
Alguien dijo:
—Eso es una cuestión secundaria, lo importante es si hacemos huelga o no.
A lo que todos saltaron:
—Si es secundario tenemos que decidirlo entre todos en la asamblea.
—Tenemos que hacer jornadas de siete horas y media y poner un comedor en la fábrica para poder comer caliente y sano, no con la comida que traemos de casa.
—Eso es, y comer comida rica en proteínas e hidratos de carbono, para aguantar mejor la jornada laboral.
—Pero que sea vegetariana.
—¡Anda bruto! Vegana tiene que ser, no podemos explotar a ningún animal.
—Y cruda, la comida guisada pierde sus propiedades.
—Pero ¿vamos a hacer huelga, o no? —preguntó uno.
—Eso es secundario, lo importante es decidir que comeremos en el hipotético comedor.
Todos tenían ya hambre y sueño y poco a poco fueron llegando las parejas de los obreros con algo de comida y botellas de vino y agua. Estas querían tener también voz y voto en la asamblea, pues se sentían directamente perjudicadas por las malas condiciones de trabajo de la fábrica, y, si además tenían hijos o algún familiar a su cargo, pensaban que además debían tener más peso en las votaciones.
—¡Eso habrá que decidirlo! —gritaron algunos obreros solteros—, porque tendrían más fuerza los que tuvieran familia, y aquí nadie tiene la obligación de reproducirse, y los que no lo hemos hecho, no tenemos ninguna culpa que pagar ni ningún perjuicio que sufrir por ello.
—¡Tranquilos!, todos tendremos nuestra voz —replicó el más viejo—. Pero lo importante es que sea refrendado por la mayoría.
—¡Eso es una cuestión importante así que tiene que ser votado por unanimidad! —gritó uno.
—¿Estamos todos a favor?
Se oyó una murmullo de síes y noes.
—No hay unanimidad así que bastaría una mayoría absoluta para decidir si es una cuestión importante o una secundaria.
Pronto algunos obreros se echaron a dormir, pero hubo alguien que dijo:
—¡Señores! antes de que nos durmamos tenemos que decidir si dejamos la asamblea para mañana.
Pero ya muchos no le hicieron caso.
—Si no estamos todos despiertos la votación no es válida.
—Pero, al final, ¿hacemos huelga o no?
—¡Calla, pesado! Siempre con la misma preguntita.
Toda la noche estuvieron discutiendo. A la mañana siguiente ya estaban todos en pie y se dispusieron a seguir con la asamblea. De pronto sonó la sirena de entrada al trabajo y se presentó el patrón y les dijo que esa huelga era ilegal y que tenían, por lo menos, que cumplir con unos servicios mínimos.
—¡Eso habrá que votarlo! —gritaron los obreros.
Pasó el primer turno y allí seguían, discutiendo. Llegó la policía y les dijo que, o volvían a sus trabajos, o abandonaban la fábrica. Si no, cargarían contra ellos.
—Hay que tomar una decisión, y pronto.
—¡Votemos!
Para ese entonces la fábrica ya estaba llena con los obreros y con todos sus familiares, y no se pusieron de acuerdo en qué votar primero y en qué era lo importante. La policía entró con sus porras y empezó una batalla campal. Vinieron los medios de comunicación y preguntaron a un obrero que cuál era su lucha, cuáles eran las reivindicaciones. Se oyeron algunas voces que decían:
—¡Ese no es nuestro portavoz!, el portavoz tiene que salir de la asamblea, al portavoz hay que votarlo.
El patrón por fin habló:
—¡Tranquilos!, la Volkswagen es una gran familia y nos hemos dado cuenta de lo importantes que son sus trabajadores y del poder que tienen. Pronto llegaría la respuesta a sus exigencias.
En las horas siguientes empezaron a llegar camiones cargados de máquinas, que hacían el trabajo de los obreros. Ensamblaban piezas, atornillaban, limpiaban… Incluso había una que supervisaba el trabajo de las demás. Los obreros, entre bromas, la llamaban “La encargada».
Con estos adelantos, vieron la posibilidad de que se cumplieran sus reivindicaciones y por fin tener una jornada laboral digna.
Al final llegó la noticia. Se oyó al patrón decir por megafonía:
—¡La empresa hará un ajuste estructural que afectará al 70% de la plantilla!
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