Va a ser un hijo de puta hasta el final. ¿Por qué no hablamos en la oficina? No, me hace ir a su quinta en la loma de la mierda cuando sabe que me quiero ir a mi casa. ¿A qué jefe se le ocurre hacer ir a un empleado a su casa para hablar de plata? Solo a un psicópata. No quiero hablar de guita con un demente rodeado por esos perros gigantes. La puta que lo parió. Encima tengo que estar tranquilo, tengo que fingir que está todo bien para que no se dé cuenta de mi plan. Y fingir que no le tengo miedo a los perros para que no huelan el miedo ni él se sienta con más poder. Tengo que fingir que no me da cagazo juntarme en una quinta con un tipo armado.

Pero nada con este tipo es normal. No es normal que tenga plantas de marihuana en la oficina, ni encontrar un plato con un papel enrollado al lado de la caja de la guita. No es normal su paranoia ni normal que me haya hecho contar mil veces los cuatro mil chanchos y que piense que todos queremos cagarlo. No veo la hora de irme de esta granja y no verlo nunca más. Hijo de puta que durante un año me cagó y no me dio ni un aumento en un país que se cae a pedazos. No es normal que sea tan cagón y que en lugar de echarme me quiera hacer la cama para que me vaya solo. Tres años laburando con un loquito es demasiado. Por eso necesito todo lo que viene. ¡Cómo voy a disfrutar de estar lejos de todo esto!

Me bajé del auto, abrí la tranquera y pasé. Lo hice con miedo, no sabía si los perros estaban sueltos. Me bajé de nuevo, cerré, volví al auto y avancé unos metros. No me animé a bajar. Quería verlo antes, no me gustaba estar solo con esos perros. Respiré hondo un par de veces, traté de que se me fuera el enojo del cuerpo y el miedo de la cara. Sentía las dos cosas en mi voz mientras practicaba lo que le iba a decir. Solo me faltaba saber qué iba a decir él.

Lo vi aparecer, con esa sonrisa falsa. Una sonrisa que daba más miedo que su cara de enojado. Justamente porque todos sabíamos que era falsa, sonrisa de manipulador. Cuando parecía bueno era porque estaba pensando cómo cagarte por otro lado.

— ¿Todo bien? —lo saludé sin estirar la mano y miré a los perros.

— Sí, acá, dándole de comer a las bestias —respondió y me alivió saber que ya habían comido. Sabía que era una estupidez y sonreí mentalmente.

— Están grandes, che —dije para responder algo y porque quería que él tuviera la iniciativa para hablar de lo que realmente nos importaba.

— Sí. Comen muchísimo. Gasto un montón en comida. Gasto más en ellos que en mí —dijo y se rio.

    Lo miré de reojo. Cada vez estaba más flaco, se estaba consumiendo. Las mejillas sin carne empezaban a pegarse a sus mandíbulas. Las ojeras cada vez más marcadas y las arrugas más profundas hacían que pareciera diez años más grande. El pelo largo despeinado lo hacían ver como un hombre derrotado, que por más que manejara un Mercedes Benz parecía un pordiosero. Me quedé en silencio mirando los perros. Por fin habló.

    — Mirá Nico, no puedo darte el aumento que me pediste. Lo que podemos hacer es que trabajes menos horas y te doy el mismo sueldo.

      Fue espontáneo, lo supe antes que terminara de hablar. Su oferta de mierda me caía perfecta.

      — Rubén, a mí eso no me sirve. Con eso no llego a fin de mes. Yo lo que te propongo es esto: ¿Vos necesitás ahorrar un sueldo? Perfecto, yo me voy. Ya lo tenés a Alejandro para que haga mi laburo. Yo me voy y se soluciona tu problema de costos. Veamos cómo arreglamos para que yo me vaya con algo que sea justo y listo.

      — No, pero no te quiero dejar en la calle, sé que la cosa está jodida.

        No pude creer que fuera tan cínico, pero subí un escalón y fui más cínico que él.

        — No te hagas drama. Yo ya tengo algo pensado, no voy a quedar en la calle.

        — ¿Seguro?
        — Sí. Con mi novia nos podemos hacer cargo de la fábrica de su familia.
        — ¿En serio? —dijo con una sonrisa, y por un momento vi una cara humana, que realmente parecía alegrarse por otra persona. 

        — Sí, es más, si arreglo con vos esa plata nos puede servir para comprar algunas máquinas.

        — Bueno. Buenísimo. ¿Y cómo creés que podemos cerrar algo que sea justo para vos?

        — Para que nos quedemos tranquilos los dos, vamos al ministerio y firmamos un acuerdo diciendo que ninguno le debe nada al otro. Así vos te quedás tranquilo que no te voy a hacer ningún juicio.

        — ¿Y tenés pensado algún número? —dijo, y supuse que a esa altura se había dado cuenta que yo tenía todo esto pensado antes de ir a su casa.

        — Creo que más o menos lo que correspondería por una indemnización sería lo justo. Después le preguntamos al contador el número final, pero supongo que eso está bien.

        — Dale, mañana hablamos con él y definimos todo. Hoy es 15, ¿te parece que lo hagamos a fin de mes así queda más redondo el cálculo?

        — Perfecto —le respondí, estiré mi mano y caminé hasta mi auto.

          Festeje recién cuando llegué a la ruta. ¡Vamos la concha de la lora! Necesito que durante quince días no se entere que ya tengo lista la mochila para irme a la mierda. ¿Comprar máquinas? ¡Qué vamos a comprar máquinas! Noches de hotel y pasajes voy a comprar con la guita.

          Iba eufórico, en quince días los peores tres años de mi vida iban a pasar a ser una anécdota, una de esas que con el tiempo hasta parecen graciosas.

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