Del oficio y la palabra

Del oficio y la palabra

Quería encontrar lirismo en mis relatos y pensé en algunas composiciones de Schubert; específicamente me basé en la idea, de cómo serían las dos partituras supuestas, que serraban la Sinfonía Inconclusa. Dio resultado. La narración dio un vuelco, y me agasajaron los lectores con leídas dulces y sincopadas de rima.

Quería expresar belleza en mis palabras; y dibujé en cada estrofa el rostro de Habana, a la cual no poseería hasta el otoño, luego del matrimonio como nos prometiésemos. También dio resultado. Volvieron a apreciarme en la estructura narrativa y en las formas. Faltaba algo de conceptualismo crítico, tan de moda entre escritores europeos; y mucho de vigor en la palabra. “De vigor de hombre”, había comentado un crítico.

El primero lo conseguí pensando en la política; en la cívica, en los modales y en la diplomacia; aunque, para mí, tales conceptos vacacionaban hacía mucho. El segundo me costaba cada día.

“Le falta vigor” criticaban los diarios matutinos. “Adolece de brío” referían los de la tarde. “No suena nada masculino” ironizaban las emisiones nocturnas.

Cansado sobre mi escritorio. Recliné la cabeza y pensé en Habana, y en lo poco que podría darle si no terminaba aquella serie de artículos. Faltaba vigor… Masculino además…―pensé, y volví a pensar en ella― y luego de varios pensamientos felices y lejanos, terminé masturbando mis palabras, sobre el texto, el escritorio y los otros artículos que esperaban por el vigor masculino que a gritos pedían los lectores.

―Ahí lo tienen ―dije― y seguí pensando en Habana, desnuda en la distancia.

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