La vida pasa volando sin que apenas te des cuenta.

Aquí sentada en el fresco suelo frente a ti, mirándote mientras esperas en un asiento del hospital a que nos toque entrar en la consulta, recuerdo el primer día que nos conocimos en la escuela y más aún la salida conjunta de instructores, usuarios y perros guías. Esa tarde decidí poner a prueba la paciencia y el estado físico de los profesores. Vosotros os quedasteis anonadados, mis amigos asombrados y los instructores estupefactos. Aún me recuerdan, cómo olvidarlo, tuvieron agujetas durante una semana por correr tras de mí durante una hora y porque me acorralaron en aquel puente, que sino aún estarían corriendo. Es posible que en la foto de mi promoción, ponga debajo “escapista”. Venga, ¿no te ríes?.

Si no te hago reír con esto, te voy a recordar lo del paso de peatones, el carrito de bebé y la barra de pan. ¿Te acuerdas?, íbamos las dos tan contentas por la calle de camino al mercado y a la farmacia, cuando paramos en un semáforo frente al paso de peatones. A nuestra izquierda se colocó una mamá que llevaba de paseo a su bebé en el carrito, tú no te diste cuenta de nada, pero coincidió que iba a pasar el metro ligero y el semáforo tardó más tiempo en cambiar, lo que me dio tiempo a meter la cabeza debajo del cochecito para intentar coger la barra de pan que habían guardado ahí.

Yo estaba tremendamente agradecida a la señora por colocarla a mi altura, al metro por hacer que el semáforo tardara más, a todos menos al señor que se colocó a tu derecha y te chivó de lo que estaba intentando hacer.

Al final tuviste que disculparte con la señora, aunque menos mal que a ella le hizo gracia, pero yo me quedé sin mi pan, ¡sin mi pan!. Me río de aquella situación, pero también lloro recordando aquella barra crujiente y deliciosa.

Tenemos una colección de anécdotas como para escribir un libro.

No te podrás quejar, la mayoría de nuestras historias son graciosas, aunque también las hubo de miedo y enfado, como cuando nos perdimos o la vez que pasaste tan mal rato porque la dueña de un establecimiento nos empujó para impedirnos el paso a su local.

Un día normal para mi comienza cuando oigo que te has despertado y salgo corriendo a darte los buenos días.

A partir de ese momento quitando el desayuno, la cena y las salidas higiénicas necesarias, todo cambia dependiendo del día de la semana en que estemos. Incluso cambia dependiendo de la estación del año.

Por ejemplo los lunes, durante el curso escolar te guío hasta el centro de formación para tus clases de manualidades. Eso significa ir hasta el metro ligero, cuatro paradas y bajarnos. De ahí andando hasta el centro, donde al entrar te busco el ascensor de la derecha y bajamos, luego el pasillo hacia la clase.

Pero en verano, toca disfrutar. Nada de clases, cuentacuentos, nada de talleres de voluntariado. Se podría decir que estamos en puro relax. Bueno quitando cuando salimos a la compra, a tus consultas, pruebas y tratamientos en el hospital o cuando vamos al parque de perros, a que mi hermana y yo disfrutemos de una tarde agradable corriendo y jugando con los amigos.

El trabajo del perro guía es fantástico, por lo menos para mí que lo disfruto al máximo contigo.

Si que es verdad que en el momento que salimos de casa tengo que ir con mil ojos, pendiente de los coches, las aceras, de esquivar a la gente que ensimismada con su móvil no ven lo que tienen de frente…

También estoy pendiente de tu protección y seguridad, a veces me he tenido que cruzar y ponerme delante tuya para bloquearte el paso y avisarte que hay un peligro frente a ti.

Respecto a buscarte un asiento o el ascensor…, eso está todo controlado.

Y además, ahora que lo pienso es uno de los trabajos mejor valorados y pagados. Es cierto que no cobro una mensualidad, pero tampoco pago hipoteca; de la comida, los juguetes, la ropa te encargas tú, del gasto veterinario también. Hasta mis vacaciones están costeadas por ti. ¿Existe un trabajo mejor?.

Te sigo mirando mientras esperamos sentadas a que te llamen para entrar a la consulta del médico. Esta vez… ¿te llamarán a ti o dirán mi nombre para que vaya hacia ellos contigo?.

Me encanta el dúo que hacemos, ayudarte y sentir cómo mis ojos ya no me pertenecen a mi sola sino a ti también.

Adoro cuando me felicitas, cuando me rascas las orejas o me das toquecitos en el lomo, cuando me acaricias, pero sobre todo cuando me llamas “ojitos míos”.

Me lleno de emoción al ver cómo te metes la mano en el bolsillo para sacar de él una chuche para mí, porque he hecho algo genial y me merezco un premio.

Cuando te ayudo, te protejo y te mimo siento que tú me lo devuelves multiplicado por diez.

Adoro ser tu perra guía y que tú seas mi usuaria, mi jefa.

Deseo fervientemente poder seguir siendo el mejor dúo de Boadilla, de España, ¡del mundo entero!, como Martes y Trece, El gordo y el Flaco, Astérix y Obelix o Bonnie and Clyde, bueno no, como esos no, mejor nos quedamos tranquilitas, quietecitas y sin liarla, por lo menos no demasiado, ¿qué opinas?.

Con una mirada me lo dices todo al igual que yo lo hago con lamidos, moviendo la cola o frotando mi cabeza y apoyándola en ti.

Espera, toca ponerse seria y concentrada, hay que trabajar. Luego seguimos hablando otro poco, que te llaman, venga arriba y vamos para allá, cógete bien al arnés y dime hacia dónde quieres que vayamos. Recto, izquierda o derecha. Pero importante, ten cuidado que la gente va a lo suyo en los hospitales y parece que no te ven. No quiero que te empujen ni que te hagan daño.

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