Antes de emigrar para Argentina, arreglé en mi pais de origen cada documento que me acredita como Técnico Superior en Informática, incluí cada curso y referencias de mi experiencia profesional. Cabe destacar que para ese momento tenía 50 años. Comencé a buscar empleo, con un portafolio nada despreciable. Un día entregué mi currículo a una empresa que buscaba Analistas de Sistemas, en mi experiencia laboral tenía ese renglón con tres años de experiencia; una chica muy sonriente lo recibe:

─ Tiene un currículo impresionante, cumple con todos los requisitos, solo tiene un problema.

Bueno, le dije─, si solo tengo un problema la cosa no es tan grave.

─ Lamentablemente, su edad no se adecua a lo que exige la empresa. Pero le puedo ofrecer un cargo como personal de limpieza. El horario es cómodo tomando en cuenta “su edad” y tenemos buenos beneficios.

Solo recogí mi currículo, le agradecí a la chica por el tiempo invertido en mí y seguí adelante. Quiero aclarar que no fue que me rendí, solo que de tanto leer los anuncios y tomar en cuenta la edad límite, tomé conciencia al respecto. Luego de ese episodio, decidí hacer algo por mi cuenta, así que como me daba maña con la costura, pensé en un pequeño taller de “arreglos de indumentaria”. Conseguí un local dentro de un gimnasio. Analicé tres aspectos importantes para colocar el taller allí: son personas jóvenes, trabajan 8 horas diarias, sin tiempo para ocuparse ni de ellos mismos; así que tener un sitio donde dejar su ropa para realizarle algún arreglo mientras ellos pasaban una hora o quizás más, haciendo ejercicios era ¡genial! Y lo fue, incluso, tuve la oportunidad de trabajar en el vestuario de mujeres en el horario de la noche ¡bingo! Así pasaron tres años, logré alquilar un sitio donde vivir, tenía para pagar mis gastos básicos mensuales; todas las personas que han emigrado, saben que llegar a este nivel de independencia es un gran logro.

Enero del 2019. Empezó un fuerte rumor acerca de una gripe, que no era exactamente gripe. Comenzó en un pais asiático, producido por el contacto o ingesta de algún animal extraño. Lo que al principio fue un rumor se convirtió en certeza y al poco tiempo ya tenía nombre COVID-19. Y el resto de la historia ya la conocemos. El gimnasio cerró, primero por 15 días, de allí fue avanzando, hasta que un día tuve que sacar todo, cabe destacar que perdí demasiadas cosas, porque no tenía dónde llevarlas. Ya no pude seguir pagando la habitación y me fui de vuelta a la casa de mi hijo. La máquina de coser la coloqué en una esquina de la sala, comencé a hacer barbijos reusables, por allí algo vendí; sin embargo, no fue suficiente. Dos años sin trabajo, dos años pensando y reinventando nuevamente mi vida. En enero del 2021 me dio COVID-19. Estuve aislada en un hotel de la ciudad. Mi hijo dejó mi computadora y varias libretas de anotaciones que yo tenía en la recepción del hotel. Transcribí los escritos a la computadora y comenzaron a tomar forma. Hice un pequeño curso de introducción a la escritura narrativa y mis largas horas de ocio se convirtieron en lecturas y escritura. Al salir del aislamiento parecía una ex-convicto cuando termina su condena, me pare en la acera frente al hotel y mirada de un lado a otro y hasta miraba al cielo por si acaso caía algo. Me fui de vuelta a la casa de mi hijo, de pronto se me ocurrió la idea de postularme para cuidado de personas mayores, con cama adentro (para dormir en el sitio). Arreglé mi currículo, le dije a unos amigos que me dieran referencias y ¡Bingo! nuevamente, en un día tuve tres entrevistas y me decidí por una de ellas.

Tenía casa, las tres comidas diarias más merienda y salida los fines de semana. La señora para la que trabajaba es fabulosa, con sus achaques, pero igual yo también tengo los míos, así que nos empezamos a llevar bien. Trabajaba desde las 8am. hasta las 14:00, al terminar podía irme a la habitación hasta las 6pm. Para luego servir la cena, que no pasaba de frutas o ensalada. Cuatro horas libres que aproveché al máximo. Hice otros cursos de narrativa, participe en un mundial de escritura, el cual se hacía en equipo, así que tuve la oportunidad de conocer a personas con trayectoria en ese ámbito y de diferentes nacionalidades. Y lo más increíble, escribí un libro. Toda la idea para escribir, las iba madurando mientras: hacia las compras en el supermercado, elegía las frutas y verduras, planchaba y acomodaba la habitación. Me imaginaba a cada personaje, viajé por el mundo a través de ellos. En la noche antes de dormir escribía las consignas del concurso y llegué a crear 24 cuentos. Ya no trabajo para ella, aunque todavía nos escribimos y saludamos. Es una señora culta y mientras tomábamos el café sentadas en la cocina, me hablaba de todo por lo que habían pasado sus ancestros, que eran judíos, la historia de cómo llegaron sin dinero y casi desnutridos a este país. Y algo muy interesante, como ella terminó siendo la heredera de una empresa creada por su padre.

Muchas veces no estamos en el lugar que queremos, haciendo las cosas para las cuales nos preparamos, incluso, nos sentimos sumamente frustrados y nos preguntamos: ¿para esto salí de mi pais?, pero cuando decides abandonar tu mentalidad de víctima y reorganizar tu vida te das cuenta que existen miles de opciones. Siempre habrá obstáculos que superar, en mi caso no era solo la edad, de eso me doy cuenta mucho después. Era el desconocimiento de cómo sacar provecho a situaciones adversas, adaptarme a una cultura diferente, un dialecto distinto y de paso lidiar con el desarraigo, un sentimiento desconocido para mí. Ya tengo 60 años y he aprendido a transformar todas estas experiencias en anécdotas y hay algo sumamente importante que la imaginación no tiene límites.

Tu puntuación:

URL de esta publicación:

OPINIONES Y COMENTARIOS