Recuerdo, hace ya algunos años de mi amarga, real y pintoresca experiencia. Luego de graduarme de Administrador y con una Maestría en Finanzas, yo una mujer de 39 años, habiendo tenido que estudiar con tanto sacrificio, por fin terminaba mi maestría. Estudiaba medio tiempo y trabajaba con mi madre en un puesto vendiendo dulces, ayudando en los oficios del hogar para otras casas, eso nos permitía percibir un poco más de dinero para tener algo de ingreso para sobrevivir en este difícil mundo, donde cada día percibimos menos y gastamos más. Cuando me di cuenta me enfrentaba a una muy escasa oferta de trabajo y caminé tanto, hasta agotarme, tenía que enfrentarme a una sociedad donde la edad es un factor muy importante, cuando te ven cerca de los cuarenta ya no te ven tan juvenil y prefieren jovencitas hermosas con título en mano, aunque de experiencia cero, pero son un atractivo para el nuevo mundo empresarial. Nada, no me quedó de otra, dejé de lado mi aprendizaje y comencé a trabajar para una persona de 70 años, de nombre Fernando López, señor jugador de gallos que tenía una pequeña venta de repuestos, entre él y yo tratábamos de llevar esa pequeña empresa adelante, y con la fe de lograrlo.
Pero esta vez no sólo me enfrentaba a mi trabajo sino como trabajo secundario me tocaba atender uno que otro gallo que mi jefe muy graciosamente me amarraba a mi silla en cuyos lados había dos envases uno para alimento y el otro para el agua. Este fin de Semana habría una pelea de gallos y tenía que estar pendiente que todas sus recomendaciones para el cuido se cumplieran al pie de la letra. El problema era que su gallo estaba un poco enfermo y se cansaba con facilidad, allí cerca de mí estaba un gallo cansado que tenía que mantener fuerte, un gallo que en ocasiones me encontraba con una mirada que me pedía a gritos que lo dejara salir, que lo librara de ese mundo de peleas donde le había tocado vivir. Pero no, yo no podía hacer eso y prefería darme por no enterada de la mirada de mi gallo y tendría que seguir fuerte en mi papel de carcelera. Los gallos que van a peleas deben tener aguante para soportarlas. Tuve que hacer un alto en mi trabajo de repuestos y aprender a cómo lidiar con estos animales si quería mantener mi nuevo empleo. Aprendí que la resistencia en un gallo de pelea era de mucha importancia a la hora del combate. Que de su resistencia depende que pueda ganar o perder la pelea. Aprendí también que era un factor importante la buena alimentación que debe ser implementada desde el momento que nace el gallo. Había que proteger sus espuelas a la hora de fortalecerlos en las prácticas de peleas con otros gallos, para tener mucho aguante el día de su gran pelea. En fin tantas cosas fueron sucediendo en mi primer trabajo, que sin darme cuenta, ya era empleada de dos trabajos y percibiendo sueldo sólo por uno.
Cuando rememoro lo que es mi actual vida, pienso que cuando egresamos de una Maestría en Finanzas, salimos a analizar el impacto del entorno económico sobre la actividad financiera y desarrollar estrategias en el área que permitan enfrentarlos. Evaluar prácticas gerenciales de empresas e instituciones financieras. Pero yo me veo encerrada en una oficina entre viejos repuestos de poca movilidad, como dicen en criollo “Huesos de Inventarios” y de “Cuidadora profesional” de un gallo de peleas no me queda más que pensar ¡Al diablo mi gran sacrificio de ser una gran profesional en el área administrativo y con una Maestría en Finanzas!, allí comienza esa lucha mental entre estudiar y ser un ignorante, a eso nos conduce este mundo de clases sociales imperfectas y lleno de prejuicios que en nada ayuda a la hora de la verdad.
Con el tiempo al ver que las ventas habían bajado tanto dentro de la empresa de repuestos y mi jefe prácticamente sostenía los gastos operativos y servicios básicos con las peleas de gallos, no me quedó más camino que irme a las grandes peleas de gallo con mi jefe a apostar el poco dinero que entraba y rogar al cielo que lo pudiéramos multiplicar en cada pelea para que la empresa no cerrara sus puertas y yo volver a caer en el mundo de la “Intemperie laboral”. En este mundo está envuelto una cantidad de vicios, además del juego de gallos, el alcohol que se mueve en cada pelea, drogas, peleas de personas que no quieren pagar a la hora de perder, hombres que pierden casa, familia víctimas del vicio de jugar. Muertes que ocurren dentro de las peleas, personas enfurecidas que sacan armas y atacan. Luego de verme sumergida en ese vicio, después de prácticamente haber abandonado mi carrera por estar jugando con mi jefe, un buen día regresé a mi casa consciente que había perdido lo poco que había ganado, la empresa quebrada y recordaba el maltrato animal que sufren los pobres animalitos víctima de ataques sangrientos. Recordé tristemente que tenía dos títulos colgados en mi habitación, uno de Administrador y otro de una “Maestría en Finanzas” que para nada me sirvieron, porque yo simplemente tomé el camino equivocado.
Esta historia aunque para muchos de ustedes parezca una fábula, esta es la historia real de María Cecilia Cardozo López, una mujer que tuvo sueños de grandeza, a pesar de ser una gran profesional avalada por las mejores notas de su promoción, tuvo que aceptar a la edad de 39 años que un mundo tan avanzado en ciencia y tecnología sufre un retroceso gradual en el valor del capital humano, las grandes sociedades de consumo se encargan de devaluar al ser humano, cada día ellas mismas hacen posible el abandono en el campo laboral por considerar que las personas mayores carecen de conocimientos para ser un factor importante para empujar hacia adelante a las generaciones futuras.
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