Me llamo José Gregorio Pérez, nací en la ciudad de Mérida Venezuela hace 25 años, tuve una infancia maravillosa entre los juegos y el cariño de mis padres, quienes tenían un negocio de abarrotes bien referenciado, que iba a todo dar.
Todo empezó a cambiar en mi adolescencia, mis padres tuvieron que cerrar el negocio y se mudaron a un cuarto en una residencia compartida, yo emprendí mi camino en búsqueda de oportunidades y un futuro mejor.
Con los pocos ahorros de mis padres, compramos mi tiquete hasta Cúcuta Colombia. A mis 18 años, sin haber trabajado nunca, inicié mi camino en un nuevo país, con el objetivo de encontrar una oportunidad, que me permitiera traer a mi familia, de la realidad que enfrentaban.
Luego de una semana sin encontrar nada, debido a la abundancia de inmigrantes en esa ciudad fronteriza, decidí emprender mi camino hacia Andes Antioquia, cuidad cafetera donde estaban buscando personas para trabajar como «Chapoleros» recolectores de café, había 10 vacantes disponibles, ser chapolero no era una labor muy apetecida, dado su grado de dificultad y lugar de trabajo.
Me fui «echando dedo» en camiones que iban de camino a Andes a cargar café, llegué luego de 2 días y ya sin nada de dinero, dispuesto a trabajar de «Chapolero» para la cosecha entrante. Me presenté muy temprano y sin desayunar, al sitio donde estaban ofreciendo el empleo, encontré fácilmente la finca, Andes es un pueblo pequeño, de campesinos amables, que te ayudan con cordialidad, todas las personas te saludan con una sonrisa y te ofrecen un café en cada esquina.
Don Carlos me recibió amablemente, antes de hablar cualquier cosa, me sirvió un suculento desayuno con huevo, arepa y café con leche, puedo decir que ese ha sido el mejor bocado que he probado en mi vida.
Mientras desayunaba, don Carlos me preguntó de donde venía?, porque quería trabajar de chapolero? si conocía esa labor?, yo le conté mi historia y le dije que aunque no sabia bien que hacía un chapolero, estaba seguro que no desistiría por mi familia, el sonrió amablemente y me dio que yo era el 6 que llegaba en la última semana y que ninguno seguía ya, mi nuevo jefe me recomendó trabajar ese día y luego decidir.
Yo le dije que si, pero en mi interior sabía que me tenía que adaptar, pues no tenia ni una moneda y debía vivir en la finca, donde se hospedan los chapoleros, que vienen de otras cuidades en su mayoría, sonrió nuevamente y me dijo, bueno José Gregorio, manos a la obra.
Me quedé absolutamente sorprendido cuando llegué al cafetal, por el espectacular paisaje rodeado de montañas, en medio de árboles de café, un poco más altos que yo, me pareció extraño que aunque decían que era un trabajo muy duro, la mayoría de mis compañeros de trabajo eran mujeres, luego supe que en un alto porcentaje, eran madres cabeza de familia, que hacen lo que sea para sacar adelante sus hijos.
La primera explicación que me dio Nubia en mi nuevo trabajo, fue que el café de Colombia madura de manera no homogénea, por eso hay que coger cada fruta madura suavemente y con la mano, si afectar el árbol, ni los granos verdes que vienen en camino, además me dijo que el café de la región, solo crece en montañas, lo que le da ese sabor típico y diferenciado en el mundo, pero que dificultaba mi labor del chapolero, que estaba por iniciar.
Mi entrenamiento en la labor duro 5 minutos, me dieron unos guantes y un balde como instrumentos de trabajo, luego Nubia recogió unas cuantas frutas rojas y las puso en su balde y me dijo, así haces en cada árbol y hoy vamos para éste terreno.
En ese momento pensé, pues porque se aburrirán? eso se ve bien fácil. Por fin 10.30 am inicié mi labor de chapolero en el cafetal «La Montaña» en Andes Antioquia.
Mi primer árbol fue un desastre y empecé a entender porque tanta gente desertaba rápidamente, la temperatura era muy alta, un sol picante caía directo al cafetal, el terreno era empinado, y muy inestable, con wl peligro de caer rodando por la montaña y para acabar de ajustar, había un grupo de mosquitos probando al nuevo chapolero con sangre Venezolana.
Tomar las frutas no fue una tarea fácil, si no las dañaba, caían rodando por la montaña, adicionalmente el acceso a las frutas no era como me mostraron en mi entrenamiento, había que meterse en el árbol, entre las ramas para llegar a cada fruta, me quedaron heridas y rayones por los filos de las ramas, espinas y hojas.
El pago del trabajo, estaba calculado por kg de cereza recogida y con ese rendimiento que estaba teniendo, ni para el almuerzo me iba a dar, de cuando en cuando miraba a mis compañeras de trabajo cantando felices y realizando su trabajo de manera extremadamente fácil.
Llegó la hora del almuerzo y mis compañeras reían amablemente, viendo mi producción de la mañana, decían chistes como, jmmm Josecito…con tu recolección ni para un café con leche alcanza y volvían a reir…durante el almuerzo, me explicaron los detalles de como se hacía realmente tan importante labor, mientras me ajustaban un almuerzo compartido.
Nunca había estado tan cansado, como al final de ese día. Ya con mi piel quemada, mi manos heridas y mi cara rasguñada, llegue donde don Carlos a entregarle mi ínfima producción, sonriendo nuevamente me dio, bueno José Gregorio, que decidiste?
Trabajé 5 años como chapolero en Andes Colombia, con la gente más maravillosa que haya conocido, traje a mis padres de Venezuela al segundo año, ahora vivimos todos en el pueblo, tenemos nuestra propia finca de café y la trabajamos los tres, sigo agradeciendo a Don Carlos, Nubia, mis compañeras chapoleras y a dios, gracias a ésta linda e importante labor, logramos volver a vivir y tener la esperanza, de que todo puede estar mejor, que con constancia y sacrificio, se pueden lograr las mas difíciles metas.
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