Si encuentras el camino, si encuentras tu destino

Si encuentras el camino, si encuentras tu destino

Belén García

18/07/2022

Si encuentras el camino

Si encuentras tu destino

Tendrás que irte a ese lugar

El polvo del camino

Cubre tu rostro amigo

Con tu miseria a ese lugar

Mientras escuchaba “El emigrante” de Celtas Cortos de camino en autobús a mi trabajo como auxiliar de conversación en Manchester, no podía evitar un atisbo de culpabilidad por sentirme identificada con esa letra. Siempre pensé que cuando Cifu escribió esa letra, más bien estaba pensando en tantos emigrantes que tienen que hacer cosas tan inverosímiles como cruzar mares en balsa, saltar vallas, o cruzar miles de kilómetros a pie, y no en una pobre estudiante sin formación en educación primaria, a la que ponen a hacer fotocopias en lugar de a dar clase.

Era 2009, Pedro Solbes acababa de abandonar el barco después de meses de oír a Zapatero hablar de “desaceleración económica”, a pesar de que ya había pasado más de 1 año del colapso de la burbuja inmobiliaria en Estados Unidos, y el mercado laboral español me parecía tan ingrato que había decidido poner tierra (o mar, en este caso) de por medio para mejorar mi inglés antes de tener que enfrentarme a él.

Mi aventura no había empezado de la mejor manera posible: Me avisaron tan solo un par de semanas antes de que tuviera que incorporarme a mi trabajo como auxiliar de conversación en Manchester, y tuve que preparar todo deprisa y corriendo. Dejé una Málaga soleada y calurosa, aún con temperaturas típicas de verano, a pesar de que el calendario ya se había adentrado en el mes de septiembre, y en menos de 3 horas me había plantado en lo que yo consideraba pleno invierno, aunque parece ser que la lluvia en Manchester no es cosa de una sola estación.

Los primeros días pasaron entre tranvías, autobuses y muchos paseos intentando reconocer aquella ciudad, y aquel país, tan nuevos para mí. Había pasado los 6 meses anteriores en París, y comunicarme en inglés con mis nuevos conciudadanos se me antojaba una tarea cuanto menos espinosa.

A medida que iba pasando el tiempo me iba acostumbrando cada vez más a mi vida mancuniana, aunque el rato que no estaba en los colegios a los que tenía que acudir a dar clase de español, me veía llevando una vida más característica de un jubilado que de una chica de 23 años. Mi exiguo sueldo me impedía ocupar mi tiempo libre en actividades que otrora me habrían dejado exhausta. Por suerte la ciudad de Manchester disponía de 3 líneas de autobús gratuitas, así que de repente me vi cual pensionista pasando mi tiempo en autobuses gratuitos, y yendo a la biblioteca municipal a leer el periódico. Contar con mi propia conexión a internet en mi habitación resultó imposible, así que en los ratos en los que deseaba un poco más de contacto con el mundo tecnológico, acudía a la cafetería que una amable familia de paquistaníes regentaba cercana a la residencia de estudiantes en la que yo vivía.

Aquella experiencia me dejó multitud de anécdotas, además de un gran aprecio por la profesión de maestro, llevándome a la decisión de apartarme de dicha profesión en cuanto acabó mi beca, para dejar mi hueco a aquellos que tuvieran mejores virtudes que yo. La otra gran lección que me dio fue la de aprender a administrar mejor mi sueldo. La profesión no invita a hacerse rico, y si además tenemos en cuenta que yo no era profesora titular, sino una simple auxiliar de conversación, os podéis hacer una idea de los malabares que tenía que hacer cada semana por poder ir el viernes al pub a tomarme una copa de vino chileno, tan común en los pubs de Reino Unido.

Los meses pasaron rápido, y antes de darme cuenta estaba llegando al final de mi segundo contacto con el mundo laboral. Tocaba decidir qué hacer, si volver a una España aún inmersa en una crisis económica a la que aún le faltarían un par de años por tocar techo, o intentar hacerme con una profesión “de provecho” en Reino Unido antes de volver. Por supuesto, a mis 24 años no fue este razonamiento el que me animó a quedarme allí, sino que fue más bien la facilidad con la que encontré un trabajo mejor pagado, y que en España hubiera sido imposible de conseguir con ese sueldo.

Así las cosas, llegamos a la mágica fecha del 11 de julio de 2010, en la que yo ya me encontraba viviendo en un pueblecito al sur de Inglaterra. Sin embargo, un gran evento histórico me llevó a coger un tren rumbo norte ese fin de semana, y dicho evento no fue otro que la final de la Copa del Mundo de fútbol de 2010, que se celebraba en Sudáfrica. Como buena española emigrante, acudí rauda y veloz a la llamada de mis amigos españoles de Manchester para ver el partido juntos, y ahí fue que celebré el gol de Iniesta con ellos. En ese momento, todo el pub se dio cuenta de que había un grupo de españoles infiltrado que no habían visto nunca a su equipo nacional ganar un mundial de fútbol.

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