Recién acababa yo de salir de prisión y, a pesar de que mi libertad era fruto de una apelación que echó por tierra los argumentos de la Fiscalía, las leyes me obligaban a trabajar por tres años más.

Lógicamente, la mayoría de los exreclusos en mi situación no tienen otra opción que ir a cubrir puestos que nadie desea como limpiar baños de hospitales; barrer calles o repartir a pie citaciones bajo el intenso sol de La Habana.

Mi profesión es profesora de Español y Literatura, algo muy distante de esos oficios y ello me dificultaba muchísimo encontrar trabajo acorde a mi edad (50 años) y a mi debilitada condición física.

Estuve varios días tratando de encontrar trabajo y recuerdo que entre mis requisitos de búsqueda estaba que el lugar que fuese estuviera muy distante de mi comunidad para evitar la humillación y la

vergüenza que para mí representaba mi historia reciente.

Paradójicamente, era el Hospital Pediátrico de Centro Habana, el lugar que más sancionados contrataba y que estaba en medio de mi vecindario y fue así que, luego de tantos intentod infructuosos y exhausta de caminar por municios distantes, probé fortuna en esta institución.

Por supuesto que lo primero que me ofrecieron en el Departamento de Recursos Humanos due limpieza de salas de ingreso, porque los puestos administrativos no aceptaban personas con antecedentes penales.

Al día siguiente insistí, pero esta vez fui directamente al Departamento de Estadísticas cuya jefa estaba urgida de personal. 

Me senté frente a ella, puse sobre la mesa mis títulos y certificados de diferentes cursos y solo le dije: «Deme una oportunidad y no se va a arrepentir». Ella me respondió que me pondría a prueba sin contrato por una semana para comprobar si valía la pena comprometer su decisión ante la Dirección del Hospital.

Yo estaba feliz y al día siguiente me personé consciente de que iba a enfrentar el rechazo y las críticas prejuiciadas de mis nuevas compañeras de trabajo.

Antes de que finalizara la semana de pruebas, la Jefa de Registros Médicos de nombre Teresita me contrató oficialmente y esta representó una necesitada victoria porque mi madre no soportaría verme limpiando baños luego de una vida que dedicó a mi formación y crecimiento profesional.

El nuevo compromiso moral que había adquirido con mi familia, con mu jefa, pero más que todo con mi dignidad hizo que me resultara muy fácil empezar a dominar a la perfección mi nuevo empleo, a pesar de que los números nunca habían sido mi fuerte, sin embargo, empecé a sentir apego a la Matemáticas y de verdad que ejercía mi función con eficiencia, interés y placer.

En la medida en que transcurrían los meses comencé a percatarme de que la «bondadosa» Teresita buscaba en mí una semiesclava (presionada por mi condición) y la carga de trabajo era excesiva, al punto de que mis compañeras de empezaron a sentir compasión.

Yo no sentía tal carga como un verdadero peso porque era el refugio que me ayudaba a no sentir tan profundamente la ausencia de mi única hija y de mi nieta que ya estaban fuera del país.

Por esta razón también, Teresita me asignaba trabajo los días feriados, los fines de año, las vacaciones escolares, etc. 

Mi trabajo consistía en programar las cirugías de los niños y, a la vez, llevar todo el movimiento en el Cuerpo de Guardia en el pediátrico más importante del país, pero gracias a ello comencé a trabar excelentes lazos de amistad con los mejores cirujanos del país, así como con innumerables padres de pacientes que no se cansaban de darme muestras de su gratitud por el eficiente servicio y atención con que yo los trataba.

Esto a Teresita empezó a disgustarla, pero ella estaba contra la espada y la pared: si me despedía con cualquier pretexto, el Departamento iría al desastre, entre otras cosas porque yo era la única que conocía el manejo de una nueva tecnología informática recién introducida en el centro y que ella me enseñó cuidadosamente para poder quitarse responsabilidades y tener más tiempo libre. Casi nunca estaba en el Departamento y delegaba en mí sus funciones incluidas las engorrosas reuniones tanto dentro como fuera del Hospital. 

Hasta que llegó lo inevitable: la injustificada y falsa paranoia de que yo aspiraba a reemplazarla en el cargo. Por más que le explicaba que mis planes de vida eran contrarios a estas intenciones, ya que mi proyecto era abandonar el país una vez cumplida la fase condicional y haber ocupado un cargo administrativo de esta magnitud podría justificar que me negaran la salida del país por haber accedido a información confidencial, ella insistía en que ese era mi propósito. 

Cada vez que llegaba un funcionario o doctor preguntando por mí, ella salía gritando: ¡Aquí la jefa soy yo y deben consultar conmigo cualquier cosa que necesiten saber!

Hasta que cumplí mi sanción.

Acompañé mi carta de renuncia con esta nota:

«Siempre te tendré gratitud por haberme dado tan excelente oportunidad de aprender, pero no creas que olvidaré la forma cruel en la que me explotaste laboralmente desde el primer día».

Y antes de cerrar la puerta, un llanto de liberación absoluta me impedió ver el camino hacia la verdadera y definitiva libertad.

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