Allí estaba yo, sosteniendo un viejo retrato de mis años mozos, a punto de desvanecerme hasta el anochecer. 

Acomodo el retrato en su lugar, en medio de unos cuadros que yo pinté, y que parecen desfigurarse con el tiempo y, desaparezco como sombra sin alma ante el resplandor de la obligación. Quien sale por la puerta es “él”. Yo no habría sobrevivido sin “él”, no sé cómo hacerlo, y menos en una selva de cemento como esta. Sin su existencia nuestro nombre carecería de significado. Obtuvo capacidades que el entorno requiere; es una sociedad que cada vez se torna más rigurosa. Comprendo mi lugar; ¿Para qué un soñador, si no ha de aportar nada? Tomé…tomó la ruta habitual hacía su trabajo, conduciendo el coche envidiable que consiguió con dichas capacidades. Gran parte de su atención estaba en el volante y en sus alrededores, y como un sueño casi olvidado, las diversas circunstancias que lo obligaron a dividirse de mí, su verdadera esencia, quizás. Facilitaría decir que yo quedé en el pasado, pero aún estoy latiendo vívidamente en cada cuadro que pinté, es complicado de explicar, ya que ni yo comprendo como es que pasó. Algunos no me recuerdan, pocos me conocieron. Podrían decir que he muerto en un fatídico día cotidiano sin exactitud registrada, pero no, estoy a la espera de que me necesite cuando nada tenga sentido.

 Apenas está consciente del tiempo que ha pasado, y del que sigue pasando. La mañana requiere nuevos sacrificios, y el lugar en el que esta es el centro del ritual, su oficina.  Introduce una contraseña personal fácil de descifrar para quienes me recuerdan «picasso68» y afirma el pulgar derecho en el escáner para constatar su presencia corporal el día presente. «Él», se deja guiar por la voz que gobierna ese lugar, así inicia su nuevo día, igual que el de ayer. Obediente, reprimido, sentado sobre el cómodo sillón de cuero, al que ya le tenía fastidio. Le había escaldado hace mucho tiempo el ánimo. Llenando formularios, atendiendo asuntos ajenos de los que no podía desligarse, sin embargo, es tan capaz de resolverlos, que su jefe le renovaría contrato cuántas veces haga falta para retenerlo sentado a su diestra. Su jefe gana el doble de dinero, pero cumple con la mitad de asignaciones que le competen. Lo que le importuna, lo que agota su estado anímico se lo designan a “él”. Yo no dejaría que me hagan eso, nunca dejé que lo hagan en mi libertad. Sin embargo, no es injusticia mientras un juez no dé su veredicto. Al menos así es para la tercera parte del mundo, a la otra parte ya no le importuna. Aprendió aquello que llaman sumisión. No obstante, suele sorprenderme a menudo ese don divino de enfriar sus nervios al momento de los retos, de la arbitrariedad que exige mansedumbre y que «él», logra conseguirlo; y de ese pulso inmutable que se va fortaleciendo en el lugar que menos le gusta. El trabajo le ha venido tan bien, que “él”, se ha vuelto más digno de vivir que yo. “Él” pudo conocer el mundo más allá de este horizonte confortable, más allá de estos cuadros. Pudo repeler el carácter de muchos que llegaron a contrariar con «él”. Se ha predispuesto a convivir. Sus ansias de desaparecer suelen ser infinitas, como la mía, salir de aquí y atravesar esa puerta.  La hora de salida se acerca, cielos, resistió un día más. Guarda un montón de hojas en un maletín pulido; trabajo inconcluso para llevar.  Finalmente va rumbo a casa. Estaciona el auto en la cochera.  Entra a casa y se despoja de toda la ropa para entrar en la bañera. Culmina algunos asuntos pendientes de la oficina que le ocupan el resto de la tarde. Finalmente, con satisfacción observa el tan esperado ocaso y, me deja resurgir.

Al fin de vuelta. Allí, en la frescura de la soledad, comienzo a pincelar mi cuerpo desnudo corriendo en un lugar sin nombre. En el lienzo creo un nuevo mundo al cual entrar.  Falta un color para terminar la obra que había iniciado hacía muchas noches. No lo tengo al alcance, lo busco ansioso en la repisa, en la bodega, en la cochera, como ya no lo encuentro, desciendo a la habitación que menos quiero. Destapo un tarro sellado, y el olor que suelta evoca viejos tiempos; arenas rojas, cielos grises, mares oscuros, cuerpos desnudos que desconozco, mundos destruidos y mundos recientes. Cuando me disponía a apagar la luz del cuarto secreto, allí estaba todo aquello, desde cuerpos desnudos, con la mirada confundida como la de su creador, a mundos nacientes, y todo en un montón de lienzos que recobran vida cuando en la noche reaparezco. Termino de añadir el último color sobre la obra. La contemplo como el amor de mi vida, y la arrumo junto a las demás obras. “Nacido soy, para ser pintor, más no, lo que «él» es, me lamento. Mas no reclamo nada, pues tuve miedo de presentarme al mundo y me quedé entre pinturas anónimas. Vuelto el sol me resigno a desaparecer, pues si deja de ir a aquel lugar que forma parte indispensable de su vida, no podré seguir coloreando mundos y cuerpos desconocidos, porque todo eso no lo regalan. ¿Vivir del pincel? No, ya me he acostumbrado a desaparecer.

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