Supervisora de nubes

Supervisora de nubes

Ana Koreta

23/06/2022

Debo ser una de las pocas personas en el mundo para quien la palabra holgazana no es un insulto. Al revés, la considero un halago. Su definición me viene como anillo al dedo: “Persona vagabunda y ociosa”. Holgazanear es mi sueño. Sin embargo, en la adolescencia, cuando le confesaba a alguien mi pecado de pereza, invariablemente, me decía: “Pues búscate un millonario y cásate con él”. Me asombra lo complicada y retorcida que puede ser la gente. ¿No será mejor, ya que pedimos imposibles, que yo sea la millonaria y después decida con quién me caso, o incluso si lo hago? Además, ¿dónde se ha visto que el matrimonio sea una opción? No conozco peor “trabajo” que el de esposa y madre. Trabajando de sol a sol y de lluvia en lluvia. Haciendo horas extras nocturnas. Año tras año. Sin vacaciones. Sin sueldo. Sin agradecimiento. Me río yo de las otras variedades del precariado. No se puede comparar. A mí, ahí, que no me busquen.

Mi filosofía es otra. Y, afortunadamente, hay personas que me entienden. Recuerdo que en un curso de postgrado, hablando de mi gran afición por la indolencia, un mulato guapetón, de Panamá, me dijo: “Ana, el hombre es el único animal que viene a la Tierra de vacaciones ¡y se pone a buscar trabajo!”. La frase no sé si incluye a la mujer. Lo digo por lo de animal. Pero yo enseguida me la apropié. La vida es extraña. Hay gente que cruza el Atlántico con la intención de hacer un postgrado y te regala, sin saberlo, una frase que formará parte de tu corpus filosófico para toda la vida.

Reconozco que ser vaga por elección me impide entender a los ergómanos. Reí hasta las lágrimas cuando, en una viñeta, Garfield ve una hormiga atareada, la aplasta con furia, y exclama:” ¡Descansa!” Y no es que haga apología de las cigarras. Las cigarras no me gustan. Cantan mal. Tampoco quiero juzgar a las hormigas. Quizá sea su tedio existencial el que las empuja a trabajar como locas. Quizá el trabajo actúe como un somnífero de la conciencia. No lo sé. Nunca he estado en la mente de una hormiga.

Lo que sí sé es que no me encontrarán haciendo trabajos físicos. Durante quince días de mi vida viví en el “Más allá”. El tren de cercanías estaba abarrotado de obreros que volvían de trabajar. Nunca olvidaré aquellos trenes. La imagen de los obreros de Fritz Lang, en su película Metrópolis, me parecía tierna en comparación con la tristeza y la resignación que veía en los rostros de aquellos que me acompañaban en el viaje. Sentía como si en lugar de regresar a la ciudad dormitorio atravesáramos el Hades. Qué ganas de regalarles fotocopias con el poema de Jacques Prevet que tanto me gusta. O de hablarles, megáfono en mano, de “El Derecho a la pereza” de Paul Lafargue, el yerno de Marx. Pero nunca lo hice. Lo que sí hice, durante esa época, fue pensar en Marx. Un tipo con suerte, Marx. Vivió a costa de Engels. Yo soñaba con tener un Engels en mi vida. Como amigo. Sin derecho a roce, que el roce hace el cariño y yo no quiero líos. Él me financiaría y yo escribiría utopías. Se me dan bien las utopías. Tengo mucha imaginación y las dosis necesarias de inocencia para creérmelas. Pero por ahora, no hay ningún Engels a la vista.

¡Las ensoñaciones a las que se entrega una con tal de eludir el trabajo físico! Para una holgazana como yo, los trabajos físicos agotan con solo pensarlos. Yo soy más de trabajos metafísicos. Cosas como supervisar las nubes desde una hamaca y dejarlas pasar. Un trabajo intelectual. Exigente. Duro. Pero nada que me asuste. Lástima que las oposiciones estén congeladas desde hace años, porque poseo el perfil adecuado, los diplomas y los másteres que exigen. Todo. Aunque son capaces de poner requisitos nuevos. Como tener ojos azules. En ese caso no puedo optar. Mis ojos son marrones.  Brillantes, sí, pero no azules. Aunque siempre hay lentillas para engañar …

También he puesto un anuncio ofreciéndome para desgastar sofás. Hay gente que trabaja tanto que no tiene tiempo de usar el sofá. Yo les haría el trabajo. Todo el mundo sabe que un sofá desgastado crea hogar. Nadie me ha llamado todavía. Me  dicen que soy una ingenua. ¿Ingenua, yo? No. A ver si llamamos las cosas por su nombre: soy emprendedora y original. Ya llamarán.

Mientras convocan las oposiciones, contestan al anuncio o alguien decide financiar mis utopías, vivo como mi gran maestro Diógenes. Le sigo en todo. Vivo en un tonel. Bueno, en la caseta del perro, que unos amigos tienen en el jardín. Como lentejas día sí y otro también. Intento que nadie me tape el sol. Y, sobre todo, pido limosna a las estatuas para ejercitarme en el fracaso. El éxito me da nauseas

Playlist

Pink Martini – Je Ne Veux Pas Travailler

Marianne Faithfull — The Ballad Of Lucy Jordan

Leonard Cohen. Like a bird on a wire

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