A José Chamorro le temblaba el mentón y las manos se le enfriaban como las de un cadáver a las doce horas de muerto. Pasando los dedos
dentro de los bolsillos del pantalón, pensaba que se había convertido en un muerto en vida al tocarse las piernas mientras esperaba afuera del Gran Salón Imperial. Dentro, Gergonfilio III discutía con sus asesores sobre qué hacer por la invasión Angloasiática en las costas de Mericoprusia. Cierto es que las endebles fuerzas angloasiáticas eran muy débiles para amenazar la seguridad de las costas mericoprusianas, cruzar el océano en barco por tres meses sin descanso antes de pelear siempre ha sido una pésima idea como estrategia de conquista. Pero en este caso, la amenaza contra los habitantes del imperio de Gergonfilo III no eran los barcos encallados en la playa, como ellos pensaban. Y por eso, José Chamorro sudaba en exceso.
Doce horas antes, la puerta de la casa del profesor de lenguas olvidadas sonó como si le dieran cañonazos de advertencia; Chamorro se levantó de la camamaca colgada al centro del salón principal de su recintogarum y recibió la más desafiante orden de sus veinte años de carrera.
-Debe traducir al emisario angloasiático que ha llegado al castillo imperial.
Con el rostro duro, es decir, sin reacciones de emoción en sus músculos, José Chamorro caminó con pasos cortos al castillo pensando en que había llegado su hora. Se arrepentía de haberse hecho fama de sabedor de las lenguas olvidadas, esas que el abuelo de Gergonfilio III, Gergonfilio I, había eliminado de la vida cotidiana de los mericoprusianos. Desesperado por el hambre y su poca destreza en las artes de la guerra, cuando era un joven Josesito Chamorro decidió partir de su natal Bahías Blancas en el centro de Mericoprusia para probar suerte como intelectual de las artes del pensamiento. Por mala fortuna, coincidió con filósofos refinados en las palabras y los argumentos de ideas, por lo que, llevado en la desesperación de ver su estómago vacío, atinó a presentarse como un sabedor de las lenguas desaparecidas. Como eran lenguas desaparecidas, nadie las conocía.
Las lenguas angloasiáticas fueron desterradas de Mericoprusia después de la independencia de los colonos que llegaron a explotar las fuentes naturales; el abuso de las autoridades del otro lado del océano generó una rabia tan incontrolable que, hace casi cien años atrás, las tropas mericoprusianas viajaron en barco y mataron a todos los reyes de Angloasia. Eso provocó una guerra de veinte años que se desarrolló en mitad de los océanos, con victoria para Mericoprusia; aunque las palabras del gran Gergonfilio I eran valoradas por su sentido y respeto por los caídos: «Aquí no hay ganadores después de tanta sangre derramada»
Pasaron las décadas y, poco a poco, Angloasia volvió a armarse para llegar donde Mericorpusia. Es ahí donde el ya adulto José Chamorro se encontró con esta disyuntiva, caminando a conocer a Gergonfilio III, con la responsabilidad de traducir a un enemigo invasor, sin tener real idea de cómo se entendía su idioma.
Cuando se abrieron las puertas, un gigante de dos metros y treinta centímetros de alto apareció frente a Chamorro; era el invasor, con las manos amarradas y su larga cabellera rubia moviéndose con el viento. A su lado, el gran Gergonfilio III no se veía muy imponente, con una armadura que le sobraba del cuello, escondiendo su rostro, además de un casco que se le notaba muy pesado para su débil estructura osea. En verdad, el nieto de Gergonfilio I no había sacado nada de su abuelo ni de su padre. Pero eso es tema para otra historia.
El gigante angloasiático se arrodilló frente a Gergonfilio III rumiando algunas palabras inentendibles, con pausas bruscas y sonidos guturales. Gergonfilio III miró a Chamorro, que ya tenía la espalda mojada como cuando los días viernes va a jugar balónmano con sus amigos de la escuela, y preguntó por lo que decía el detenido. José Chamoro dudó un par de segundos, levantando su mano derecha y diciendo:
-He de destacar, su majestad, que Angloasia es un territorio muy grande. Son varios los dialectos que han surgido en los últimos años y es posible que…
Chamorro se detuvo al ver que el emperador empezaba a levantar la mano para hacer el gesto característico de sus ejecuciones;un dedo índice apuntando al cielo, que después dobla de forma dramática para dar permiso al castigo. Sin pensarlo, empezó a hilar frases sin ton ni son, hasta que al final pudo darles un sentido similar a lo que venían a escuchar.
-Vienen a invadir, como todas las otras veces, Emperador.
Chamorro se come las uñas recordando cuando dijo esa frase. El ejército salió a atacar a la costa y los habitantes del castillo vitorearon una nueva hazaña de guerra. El problema es que Chamorro no estaba seguro de lo que había hecho; solo sucumbió a la presión para hacer lo que tenía que hacer según lo que la gente sabía que hacía.
Después de ese encuentro, José Chamorro ha estado tomando agua y caminando por los pasillos del castillo. La sensación fue peor cuando vio que llegaban carretas con niños heridos con ropa angloasiática. El emperador mandó a llamar a sus generales y lo dejó a él afuera. ¿Y si los invasores en verdad no venían a invadir? ¿Y si causó la muerte de inocentes por no poder hacer bien su trabajo?
A José Chamorro le tiemblan las piernas. No esperaba encontrarse en una situación tan complicada. Se escuchan gritos dentro del salón. Observa a los guardias que llevan sus mismos colores pero para ellos él es un fantasma. Se abre el salón recibiendo la luz del foco seguidor que acompaña a Gergonfilio III por todas partes; el emperador se sube a una tarima para ganar altura entre la gente y apunta a José Chamorro con el dedo índice de su mano derecha.
Y habla en angloasiático.
Lengua que yo tampoco conozco.
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