Despertó puntual como siempre.

Estaba completamente oscuro, no había estrellas ni luna, pero eso no la alteraba, tenía una extraordinaria habilidad para estimar la hora con una exactitud sorprendente.

Hacia frio, mucho frio.

Se levantó tratando de no despertar a sus pequeños hijos. Los tres dormían en la pequeña cama cubiertos con todo lo que les permitiera abrigarse, pero lo más importante, cerca del fogón ya casi apagado a esa hora de la madrugada.

La mujer fue por más madera para reavivar las humeantes brasas.

Después de unos minutos la vieja y tiznada tetera hervía sobre el fogón. Llenó el jarro y lo paseó entre sus manos para darles calor.

Estaba intranquila, había tenido un mal sueño.

Antes de salir, miró el largo listón que ahora adornaba el dintel de la puerta de entrada de la humilde habitación. Le sonrió al viejo compañero de tantas jornadas y palpó en los bolsillos de sus largas faldas a sus nuevos compañeros. Tenía todo lo que necesitaba.

Cerró con cuidado. Se encomendó como siempre a su virgencita y se adentró en la habitual calle cubierta de una espesa neblina.

Pensó en aquel sueño que la había sobresaltado. Parecía tan real, tan extraño. Sabía que era de mal augurio, de eso estaba segura, nada bueno podría venir de una pesadilla como esa.

Acomodó su viejo gorro de lana y la raída bufanda sobre su cuello dándose valor.

Caminó algo intranquila en esa solitaria y oscura noche. Quiso enfocar sus pensamientos solo en la nueva jornada que se le presentaba, pero no pudo evitarlo, el maldito sueño parecía tenerla atrapada.

Casi nunca soñaba, y si lo hacía, no recordaba gran cosa, pero éste era diferente. ¿Qué significaban esos extraños números atrapados en las esferas? ¿Y por qué eran tantos?

Llegó a su primera parada. Sacó sus herramientas con la maestría de un viejo artesano, el guijarro voló y dio con precisión en el blanco. Esperó en silencio casi como un animal salvaje, con todos sus sentidos en alerta. Escuchó algunos movimientos en lo alto de la casona y siguió su camino con tranquilidad.

También escuchó su respiración ansiosa y sintió su pecho agitado al recordar nuevamente ese inquietante sueño. Recordó aquellos latidos que parecían ser de un corazón enfermo, eran miles, gritando por todas partes, cubrió sus oídos tratando de alejarse, pero ese infernal sonido la perseguía, la acosaba. Su huida era lenta, demasiado lenta. Caía en un pozo, pero aun así no despertaba. Luego le pareció que estaba en un cementerio y esto la hizo temblar nuevamente.

El aullido lejano de un perro le hizo volver a la realidad. Sin darse cuenta había llegado a su siguiente objetivo. Comenzó el ritual con su acostumbrada habilidad; no mucho ruido, solo el necesario. Luego, un pequeño tiempo de espera para cerciorarse de que su señal había llegado de forma correcta.

Divisó una tenue luz a través de las cortinas y eso la tranquilizó. Podía seguir su ruta.

Siguió su camino sin apuro, deteniéndose en aquellos lugares donde requería poner en práctica sus habilidades, y así lo hizo hasta que alba llegó con la calidez del sol asomándose lejos, muy lejos en el horizonte.

Lo último que recordó de aquella pesadilla, ya en la tranquilidad del amanecer, fue que a lo lejos empezó a escuchar unas campanadas cada vez más estridentes que parecían venir del mismo infierno pues parecía ser una señal, una orden para que los muertos del cementerio empezarán a levantarse

Qué tontería pensó, y casi de inmediato olvidó el extraño sueño. Sonrió tranquila y dirigió sus pasos hacia su hogar.

Una nueva jornada había terminado para ella. Mañana sería un nuevo día y su trabajo debía cumplirlo con la rigurosidad que la había convertido en una de los “mejores despertadores humanos” de ese sector de la ciudad.

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