(Basada en hechos reales)
Sebastián había nacido, por decirlo de alguna manera, en la época de “Las siete vacas gordas”; en plena abundancia económica. Tenía principios morales muy arraigados; el ejemplo que le trasmitieron sus padres dió fruto en su accionar.
Estudió agronomía con la idea de colaborar con ellos en la próspera granja que con arduo trabajo habían logrado.
Su hermano Ricardo, diez años mayor, estudió Ciencias Económicas; él había vivido la peor época de la familia, la de “Las siete vacas flacas”, y presenció llantos, amarguras, estafas y engaños que distintas personas le propiciaran a su familia, y se juró protegerlos de los abusos y las injusticias.
Al morir sus padres la herencia, aún dividida en dos, era importante.
Ricardo con su habilidad para los números se asoció a una multinacional y se radicó fuera del país.
Sebastián compró una empresa que hacía varios años había cerrado; le cambió el rubro, restauró el edificio, adquirió los elementos e insumos necesarios y convocó públicamente a empleados, para el envasado, venta mayorista y distribución de alimentos naturales y orgánicos.
El día de la inauguración, luego del brindis, dijo a los treinta empleados:
—Agradezco su presencia, debo decir, que este emprendimiento es una sociedad, y las ganancias serán: un cincuenta por ciento para la empresa y el otro cincuenta por ciento se dividirá por partes iguales para cada uno de ustedes, sea cual fuere la tarea que realicen, ya que la estructura de arriba se sustenta y mantiene por la estructura que está abajo.
Y así fue y funcionó, lucrativa y humanamente admirable durante diez años.
Un día, en plena jornada laboral apareció su hermano, la multinacional donde trabajaba se había fundido. Él con orgullo contaba que había declarado quiebra, para no pagar indemnización a sus empleados.
Entre café y capuchino convenció a Sebastián que se tomara unas merecidas vacaciones; y que él gustosamente se haría cargo de la empresa hasta su vuelta.
A éste le gustó la idea, ya que en esos años no se había ausentado más de tres o cinco días seguidos del trabajo.
Sebastián viajó a los lugares que había deseado durante tanto tiempo.
Pudo respirar el mismo aire que respirara el Cristo en Jerusalén.
A pesar de su río Gangues contaminado, supo disfrutar las maravillas espirituales de la India.
La fantástica e increíble Muralla China.
La magia y misterio de las Pirámides de Egipto.
El Lago Titicaca en Bolivia-Perú, donde según dicen ancló la energía telúrica cuando migró del Tíbet.
Las ruinas de Machu Pichu y el sur de Argentina, donde entre la Cordillera Fueguina y el lago Nahuel Huapi conoció al amor de su vida.
Una vez por semana llamaba a la empresa para saber cómo andaba todo, pero por uno u otro motivo, en esos cinco meses no pudo hablar con ninguno de sus empleados
—¡Está todo bien! ─le decía alegremente Ricardo, ─disfruta de tu descanso.
Sebastián confiaba en la gente, jamás lo habían defraudado.
Cuando volvió, la persona que dejara a cargo, había sido despedida por su hermano; junto a cuatro empleados más, que se atrevieron a protestar cuando éste les bajó el sueldo.
Ya al primer mes, Ricardo invirtió la “ridícula proporción”, dejando un ochenta por ciento para la patronal y un veinte por ciento a dividir entre los empleados.
—No seas estúpido, hermano. ─enfatizaba — ¡¿Cómo vas a pagar esos sueldos?! Esta gentuza apenas le das la espalda te clavan un puñal. El tipo que dejaste a cargo ni siquiera es contador, y el muy cara rota me juraba y re juraba que no recibía coimas; mira si un don nadie como él va a ver desfilar ese montón de guita sin tomar una tajada. ¡No me jodas, hermano, no me jodas!
Sebastián respetaba a Ricardo, lo recordaba cuando joven, combatiendo la corrupción y la avaricia de los patrones; pero ahora parecía que se había convertido en lo mismo que por años combatió.
Con todos los cambios y confusión en su mente, pensó que tal vez hiciera lo correcto, en realidad ni pensó si era o no correcto, era su hermano mayor y eso bastaba.
Pero un día, siempre hay un día, fue a la empresa más temprano de lo acostumbrado; al entrar se cruzó con el sereno que iba saliendo; era el empleado de mayor edad, había trabajado cuando joven en la estancia de su familia .
Sebastián se alegró de verlo y lo saludó con un abrazo, que éste no correspondió; con tristeza y amargura, mirándolo a los ojos le dijo:
—La palabra empeñada es ley, patroncito, quebrantarla es traición, y usted nos traicionó, nos abandonó… eso jamás lo hubiera hecho su padre.
Sebastián repentinamente sintió todo el dolor que su desidia había causado, y tomó una decisión; su propia decisión; no iba a permitir más que Ricardo siguiera interfiriendo en sus actos.
Entró a su despacho sin saludar y fríamente dijo:
—Decidí vender la empresa; buscá compradores y mejores precios.
Su hermano encantado, pensando en el cincuenta por ciento del monto que creyó le daría, se puso en campaña.
Con sus contactos e influencias consiguió una excelente venta.
Una vez concretada la operación Sebastián reunió a los empleados; convocó a los cinco que habían sido despedidos y dijo:
— Me vi en la obligación de vender la empresa, y como acordamos hace doce años en este mismo salón, esta es una sociedad, por lo tanto, el cincuenta por ciento de los treinta millones de dólares, monto en el que fue vendida, me corresponden; y el otro cincuenta por ciento lo he dividido en partes iguales para ustedes, incluyendo a mi hermano. Por favor pasen a buscar los cheques a mi oficina.
Juntando ambas manos a la altura del corazón e inclinando ligeramente la cabeza, continuó:
—Muchas Gracias a todos. Fue un honor lo compartido. Dios los bendiga.
Y se retiró sin mirar atrás, entre aplausos y vitores.
Sebastián se radicó definitivamente en Ushuaia, Tierra del Fuego, Argentina, donde trabajó de forma independiente como Ingeniero Agrónomo.
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