Cualquier tiempo pasado fue mejor

Cualquier tiempo pasado fue mejor

05:30.- El dispositivo que tenía implantado en el mesencéfalo emitió una ligera descarga, la estimulación, perfectamente calculada para su peso y sexo, produjo el efecto esperado, en apenas unos segundos estaba completamente despierto y activo. Ingirió las seis capsulas que le suministró el robot de cocina, una por cada nutriente esencial, proteínas, carbohidratos, grasas, vitaminas, minerales y fitonutrientes. Entró en la cabina higiénica y conectó pene y esfínter en el dispositivo al efecto para enviar los desechos sólidos al sistema de reciclaje y los líquidos a la depuradora para volver a formar parte de las reservas de agua potable de la comunidad, mientras tanto una nube de ozono procedía a la limpieza y desinfección del cuerpo.

06:00.- Entró en la habitación de teletrabajo e inició el procedimiento, primero el enlace cerebral, insertó las terminaciones de fibra óptica en las entradas habilitadas detrás de los pabellones auditivos, abrió y cerró los ojos y movió la cabeza de un lado a otro para verificar el acoplamiento, se puso los guantes somatosensoriales, también comprobó que funcionaban abriendo y cerrando los dedos. Todo ok. Encendió la pantalla panorámica y aceptó la petición de cambio de turno que le estaba haciendo el compañero al que iba a dar el relevo. A partir de ese momento toda la fábrica estaba en sus manos, mil quinientos robots bajo su control, bueno, realmente todo estaba automatizado, pero el sindicato de humanos obligaba a que hubiera uno de ellos supervisando la tarea de los “no humanos”.

14:00.- Cuando el aviso de que su relevo estaba listo se activó, se desconectó y pasó por la cocina donde ya tenía disponibles las seis capsulas del almuerzo.

14:30.- Hoy era lunes, le tocaba desahogo sexual. Desde que se detectó el primer caso de hibridación entre el virus del COVID, el del VIH y el del sarampión, con un elevado grado de mortalidad, y se descubrió que se propagaba por medio del contacto sexual, las relaciones interpersonales prácticamente habían desaparecido, menos mal que SONY, en su nueva plataforma PS-XXX había creado una solución bastante aceptable. Se sentó desnudo en su sillón gaming, inserto el pene en el penstick, volvió a ponerse unos guantes, estos proporcionaban la sensación que se tendría al tocar una piel humana, y se colocó unas gafas de realidad virtual aumentada, una vez listo se conectó, en pantalla apareció una chica rubia, estaba desnuda, también tenía puestas unas gafas, guantes, una especie de ventosas sobre sus pechos y algo parecido a un asa que salía de su vagina indicaba que tenía insertado el vagistick, después de los saludos de rigor, las presentaciones y acordar la duración e intensidad del coito pulsaron el botón de START, nunca decía su nombre real, daba por supuesto que nadie lo hacía.

Él disponía de la versión “Procreation” de la PS-XXX, siempre la había hecho ilusión tener hijos, así que su penstick estaba conectado directamente con el banco de semen de SONY. A raíz del virus la empresa japonesa recibió por fin la autorización para proseguir con sus investigaciones en el campo de los vientres artificiales y hacía varias décadas que se había convertido en el único suministrador de especímenes humanos, en la mayor empresa cotizada en bolsa y, por mandato de la ONU, en el controlador de la sobrepoblación de la tierra. Además, la multinacional se encargaba también de la implantación en los bebés de los dispositivos de activación y desactivación (despertar y dormir), así como de las conexiones estándar post-auriculares.

15:15.- Volvió a la cabina higiénica a tomar otro baño de ozono.

15:30.- Se sentó frente a lo que aparentaba ser un cuadro que ocupaba toda la pared, se puso un casco y la pared se llenó de pequeñas pantallas, distintas opciones de ocio, deporte, concursos, películas. Estuvo saltando de una a otra sin decidirse por ninguna, al poco rato fue a su habitación, abrió el armario y cogió una caja, la abrió con cuidado, miró a un lado y a otro, como si estuviera haciendo algo prohibido y, por fin, sacó un libro, estaba muy manoseado, como si lo hubieran leído miles, millones de veces. Aún recuerda como lo encontró, en esa misma caja, en ese mismo armario, cuando le asignaron aquel departamento al ser seleccionado por la empresa para el puesto que ahora ocupaba. La vivienda era tan cara y escasa que las empresas la proporcionaban, al menos mientras se prestara servicio en ellas. Cuando eran considerados “No aptos”, normalmente a los ochenta y cinco años, se les trasladaba a una residencia hasta su fallecimiento y se asignaba el apartamento al que fuera su sustituto.

La primera vez que abrió el libro tardó en darse cuenta de que era aquello, nunca había visto ninguno, el sistema educativo mundial hacía tiempo que había decidido suprimir las humanidades del currículo escolar, necesitaban trabajadores, no gente que se dispersara con elucubraciones e ideas absurdas.

Si la imagen que había en portada le impactó, un hombre sonriendo, vestido de blanco, tocado con un extraño sombrero, cuando lo abrió y empezó a leer no podía creérselo, hablaba de cosas tan extrañas y que a él le parecían tan maravillosas, mencionaba frutas, naranjas, manzanas, fresas, melocotones, algo así como hortalizas, remolachas, brócoli, espinacas, pero lo más increíble era que se comían animales, aquí dio por supuesto que primero estarían muertos, él solo conocía los animales por los programas antiguos que veía en la pantalla. Y al final algo que llamaban postres y que tenían una pinta increíble.

De repente notó en el prosencéfalo basal la descarga que promovía la generación de melatonina, se acercaba la hora de dormir, colocó el libro de nuevo en su caja, antes de cerrarla lo miró con una mezcla de cariño y envidia, “Las mejores recetas de Carlos Arguiñano”. Sonrió y fue a la cocina donde le esperaban las seis capsulas. Las miró antes de meterlas en la boca y una lágrima se deslizó por su mejilla.

21:00.- Ya en la cama, el prosencéfalo basal recibió una nueva descarga, se quedó dormido.

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