FERMINA CON SU HERMANA
COLOCACIÓN OBLIGADA
Hace muchos años de esta historia.
Había finalizado nuestra guerra civil y las condiciones en que se hallaba nuestra población eran sumamente precarias.
Una servidora debía tener tres o cuatro años de edad, más a pesar de tantos años transcurridos la historia ha permanecido oculta en el largo pasillo de mi morada.
En aquella época, mi tía Fermina trabajaba en San Sebastián en la pastelería «Maíz». Era la pastelería más prestigiosa y aparte de la gente de la ciudad, solía ser visitada por personas de la aristocracia que veraneaban en nuestra ciudad y acudían para degustar sus pasteles inmejorables y reunirse para merendar con algunos complementos deliciosos.
Cuando relato esta triste historia, mi tía Fermina tenía un novio llamado «Perico», quien y como consecuencia de la guerra había contraído la enfermedad de la tuberculosis. Un noviazgo truncado por los efectos de la dichosa guerra, junto con la grave enfermedad.
Don Pablo Recondo, médico especialista de pulmón y corazón, viendo la situación. llamó a mi tía y le dijo: Lo siento mucho, pero debes alejarte de Perico, pues la enfermedad se está complicando y puedes contagiarte si estás con él. Te animaría, si pudiera ser, buscases un trabajo fuera de la ciudad con el fin de no contraer la enfermedad.
Desconozco los motivos, tal vez, los destinos de la vida, puede ser que la Condesa de Sert en aquella época fuera visitante de nuestra ciudad o por mediación de su íntima amiga la condesa de «Arnús», el caso es que la contrataron para ir a trabajar a Barcelona para ocuparse del cuidado de la condesa de Sert.
En aquella época, Fermina era una joven bella, alta y bien formada, aunque sin carrera, poseía unos modales exquisitos como para poder estar al cuidado de la condesa.
Así, dejó familia y tierra y tomando el tren se embarcó para Barcelona para este nuevo trabajo.
Cuando llegó, quedó sorprendida al comprobar los numerosos empleados que se dedicaban al sostenimiento de la gran mansión. El chofer y mozo de comedor, la doncella, señorita de la limpieza y sobre todo la gran cocinera, pues el conde de Sert era sumamente aficionado a la buena mesa.
El menú diario era delicioso y más todavía para un país que estaba atravesando las consecuencias de la guerra. Así que, recordando la situación de su hogar, no podía por menos de escribir a su familia el lujo que se experimentaba en aquella mansión, comparándola con la situación de pobreza del pueblo español.
El gran comedor, bien engalanado, casi siempre estaba vacío, pues el señor conde viajaba constantemente y residía normalmente en Estados Unidos, donde creo ejercía la labor de embajador. A la señora condesa no le gustaba bajar al comedor, así que Fermina le subía a sus aposentos su comida. Generalmente, la condesa estaba triste, puede echara en falta la presencia de su hijo el conde. Entonces, la labor de mi tía pienso sería además de ocuparse de su vestimenta, entablar con ella pequeñas conversaciones.
Como anécdota os voy a contar, que el hijo de la condesa, Josep Lluís, se enamoró de la hija de la portera y con élla se casó. Pero contaba mi tía, que este hecho no lo supo jamás su madre, pues solamente de pensar que su hijo el conde se hubiera casado con una plebeya, le hubiera dado un síncope. Así que cuando venía de visita, aparecía él solo.
En uno de sus viajes de vuelta de New york, se quejaba el conde que allí pasaba mucho frío, entonces no existían las prendas de hoy día, así que cubrías tu cuerpo o bien con una gabardina o un simple abrigo de paño. Entonces a mi tía se le ocurrió comprar una tela de paño y con ella le forró la gabardina. Resultó una idea estupenda, pues el señor conde le dio las gracias entusiasmado, comentándole que así ya no pasaba frío.
Pasado un tiempo, Perico, su novio empeoró y pidió a su familia que en sus últimos momentos deseaba estar al lado de su novia. Como Fermina seguía enamorada de él, ¡ah los amores eternos de aquella época!, dejó a la condesa y partió para su tierra.
Hasta que falleció permanecieron unidos, otro dolor a sumar a los de nuestra propia familia, que también la dichosa guerra nos hizo verdaderos estragos.
Las guerras no son buenas para nadie, más, en el caso de nuestra familia llegaron a ser nefastas.
Este relato que os cuento, es la historia de un trabajo muy peculiar y por circunstancias no menos especiales.
Lo que conozco de esta historia, es por mi condición desde que nací de una niña curiosa, gustándome conocer de siempre, las historias de mi familia, ¡qué hermosas resultaban las veladas al calor de la lumbre!. Detestaba cuentos de hadas y fantasías, palabras mentirosas, necesitaba realidades, las verdades de la vida y sobre todo las que atañían a mi propia sangre.
Fermina, hace unos años hizo su mudanza, ahora pienso en la cantidad de preguntas que se quedaron ocultas en el rincón de mi memoria y me pregunto repetidamente la cantidad de detalles que me perdí .
Como final de este relato, de esa niña que fui, me ha quedado la receta de la brillante cocinera de la condesa de Sert, las maravillosas croquetas que aprendió Fermina y que cada vez que estuvo con nosotros nos deleitó y que, yo ahora en mi madurez, las sigo cocinando para deleitación de mis hijos y nietos.
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MORADA DE LOS CONDES DE SERT
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