SOY ALFREDO PÉREZ. OFICIO: RECOLECTOR DE BASURAS EN BOGOTÁborrador

SOY ALFREDO PÉREZ. OFICIO: RECOLECTOR DE BASURAS EN BOGOTÁborrador

Una tarde calurosa del mes de junio, una profesora y sus pequeños estudiantes se acercaron al camión de la basura y nos saludaron. Estábamos recogiendo las bolsas de basura dispuestas sobre el andén. Yo no pensé que eso sucedería, dado el asco que producen los desechos y residuos de comida que transportamos. Los niños me miraron con alegría y esbozaron unas tiernas sonrisas que evocaron mi infancia llena de sueños y fantasías.

En aquellos años yo quería ser policía como mi tío Tato. Empecé a estudiar en el colegio del barrio y entre risas, juegos y muchas picardías terminé bien la primaria, incluso, hasta me gané una mención de honor por esfuerzo personal. La señorita Marina le decía a mi mamá que yo era inteligente pero un poquito desjuiciado y cansón. Inicié después el bachillerato y por poco no me graduó. Hice ocho años, repetí algunos grados. Los profes y mi mamá decían que iban a contratar un abogado para sacarme del colegio.

Llegado el día de mi grado —-Uff, por fin—- a mí ya me habían reclutado para prestar el servicio militar y yo en lugar de estar allá sentado en el salón donde se estaban realizando los grados, estaba era en un camión del Ejercito Nacional. Solo me dejaron bajar para recibir el diploma de bachiller y comerme un pedazo de torta y de nuevo al camión y así fue el inicio de un año de servicio militar obligatorio. Varias veces, mi mamá fue a visitarme y no me vio porque yo estaba encerrado en el calabozo, por diferentes causas, como burlarme del capitán por sus orejas grandes, o del compañero por la comida de sancocho que le traían o por lo que fuera y uno de los castigos, adicionales, era correr alrededor de la cancha de fútbol y hacer muchos abdominales.

Cuando salí del ejército, trabajé como vigilante, cuidando algunos edificios, pero no me era fácil permanecer de pie y estar quieto, me retiré confiando en que podría tener un mejor puesto por aquello de la libreta militar —- que abría puertas de empleo —-. Pero, no fue así. Estuve desempleado, desesperado y muy aburrido y además, en mi casa empezaron a escasear los alimentos y aumentar las peleas.

Un día, el nuevo esposo de mi mamá me dijo que en una empresa de aseo estaban recibiendo personal para recoger basura en algunas localidades de Bogotá. No era mi sueño, ni creo que el de nadie, pero después de dieciocho meses sin recibir dinero, yo no veía nada de desagrado en este trabajo como recolector de basura.

Ya llevo dos largos años recogiendo bolsas de basura directamente en la calle o entrando a conjuntos residenciales y cargándolas desde grandes contenedores de basura (chutes). Puedo recorrer entre once y treinta kilómetros diarios en una jornada de ocho horas. En el camión vamos dos recolectores y el conductor.

Me pagan el salario mínimo mensual colombiano $900.000 (243 euros) más las horas extras, en tres horarios rotativos, de 6 am a 2 pm, de 2 a 10 pm y el que más me gusta, el horario de la noche, de 10 pm a 6 de la mañana bajo la reflejo de la luna, y más platica, por el recargo nocturno.

El trabajo es bastante extenuante, tanto por la corredera como por el peso de las bolsas, eso sin contar con el agua de la lluvia que penetra en estas, haciéndolas más pesadas. Además, la basura afecta la piel y a veces, me salen alergias; en otros días, me siento resfriado y hasta me deprimo con regularidad. Sin embargo, este es el trabajo que tengo actualmente y el que me da para los tres golpes (comidas) diarias, llevar a mi novia a cine, comprar ropa, poca, eso sí, y pagar el arriendo de una pieza cerca de mi mamá.

Hace algunos meses, el alcalde cambió el sistema de aseo de las calles y por un tiempo no pasó el camión, fue caótico, y claro, eso empeoró la actitud de las personas, haciéndolas más agresivas con nosotros. —–Se imaginan que tenemos la culpa—-. “Nosotros vamos a donde nos ordenan y recogemos la basura para luego llevarla hasta el Botadero Doña Juana” (Relleno Sanitario)”

Volviendo al principio, hay una gran satisfacción en momentos como el que les conté cuando adultos o chiquitos me saludan. Hay unas personas, señoras, generalmente, que nos alcanzan al camión, jugo, agua de panela, gaseosa, o cualquier comida, es grato que eso suceda. En las noches es en los restaurantes donde nos regalan comida o nos dan cosas usadas para la casa. Esas actitudes hacen que a uno se le olvide el dolor de espalda o de cabeza o de esos momentos en que otras personas nos tiran las bolsas con desechos a la cara. Uno se tiene que callar y no pelear, pues hasta nos pueden echar de la empresa y ¡grave si esto sucede! A veces, hasta a los perros les incomodamos y nos lo muestran con sus no muy amigables y constantes ladridos.

Actualmente, estoy estudiando un curso de computadores por internet y pienso que cuando tenga otro trabajo un poco menos extenuante, me retiro, mientras tanto, el camión y los kilómetros que recorro son mi diario vivir.

Aprendí a querer mi trabajo, a pesar de los inquietantes y no muy gratos olores, que expide la basura así como las pesadas bolsas que debemos levantar y tirar al camión. Si tuviera que hacer una descripción de mi oficio en un diccionario diría:

“Recolector de basura: dícese de una persona que recoge basuras, a lo largo y ancho de la ciudad. Incluye todo tipo de desperdicios de comida, elementos en desuso y hasta animales muertos. Esta labor se puede confundir con la del reciclador y el barrendero de las calles.”

Soy Alfredo Pérez. Oficio: Recolector de basuras en Bogotá.

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