Desactivo el despertador cinco minutos antes de que suene, pese a mi cansancio habitual en quince minutos estoy lista con mi bolsa y mi comida fría recién empaquetada por mi madre.
Suspiro con un sentimiento de tristeza al recordar su esfuerzo y de cómo mis padres comenzaron tan singular platica el día en que compre aquellos plásticos;
- – Si hubiéramos podido tener tiempo para prepararnos algo para llevar.
- – A que rico me sabía el café de la tienda, desde entonces no he probado uno igual.
- – Me pasa lo mismo con el chicharrón en salsa del centro comercial.
- – Sabes yo creo que por eso no podemos dormir de corrido, estamos comiendo mucho.
No me miran o se miran entre sí, están contemplando sus recuerdos y añorando esa vida de ajetreo que tuvieron, sé que se sienten inútiles tan solo por levantarse a las 6:00 am de la mañana y dedicarse a pasear a los perros y preparar la comida del día. Lo ven como una obligación el preparar mi desayuno en la madrugada como si eso compensara su flojera.
Me despido de ellos, apago la luz sabiendo que la prenderán en cuanto allá subido al taxi, para ponerse a leer y solo quizá si el día es muy frió se levanten hasta las 8:00 am. Me sumerjo en la madrugada de forma mecánica perdida en cosas que al final ni siquiera recuerdo.
Vivo entre medios sueños cuando me es posible, sabiendo que aunque logré tener un día completo para mí solo dormiré 4 horas seguidas.
Mi trabajo no lo considero pesado pero el ambiente es desagradable, es un concurso de melodramas para ver quien tiene la vida más miserable y lograr embaucar al jefe en turno para salir temprano, que le den licencia médica a cada rato o tenga una situación privilegiada. Los primeros años hice un gran alboroto por cambiar las cosas, cabe mencionar que solo genere más trabajo y una marcación personal que redujeron mi posibilidad de superación profesional, aunque si logre varios cambios, hoy estoy cansada de ir contra la corriente.
Un jefe tras otro pasan y la rutina es la misma, la calidad de mi trabajo se ha vuelto como los demás, sin embargo me niego a caer en el círculo del drama, me niego a ser una bolsa emocional que cargue con sus problemas, por ello no existe la cortesía básica para abrirles la pauta a que me enfermen con sus historias. Soy la antisocial y la marginada porque con ello tengo la paz necesaria para seguir avanzando en silencio, esperando el momento de saltar a un mejor lugar y enfrentar a los mismos personajes solo que con otros rostros.
El regreso es tan rápido que apenas y puedo disfrutar la música en mis oídos o seguir leyendo el libro en turno. En automático mi mente se prepara para las sorpresas. Al llegar el panorama es atroz, mis padres solo han ideado locuras nada aptas para su edad, así que apelo a mi paciencia y sigo el juego en el que intercambiamos papeles. Son los hijos que no tendré y yo la única que se quedó a su lado.
Tengo que confesar que no acostumbro saludarlos con un beso o un abrazo desde hace muchos años, la razón es que pase mi niñez a veces sola y otra intentando ocultarme de mi hermano, esperando a que llegaran de trabajar. Cuando lo hacían aun puedo recordar el olor a humo de camión y menta de mi madre y el olor a humo de camión, alcohol y cigarros de mi padre. A papá no recuerdo habérselo hecho, pero a ella la aventaba con desagrado dejándola con los brazos extendidos hasta que se incorporaba con esa mirada de tristeza.
La historia de nosotros tres es dolorosa, por eso sé que no es necesario decir palabras cuando llego y los saludo a distancia. Ahora soy yo quien trae ese aroma impregnado en mi propia piel y evito el contacto de forma permanente, sin embargo existen ocasiones en que me abrasan sin aviso y no termino de acostumbrarme.
Conforme pasan los años no puedo evitar pensar antes de dormir lo grosera y avergonzada que me sentía de mi madre, debido a la humildad de su trabajo, mi culpabilidad es la que me retuvo por un tiempo, ahora es la supervivencia de tres personas que han vivido solas y no se conocen en absoluto, en una cruzada por reivindicarse.
Cuando llega mi hermano, nos sentimos aprisionados ante una visita forzada, somos sus esponjas emocionales con dinero, sin embargo lo toleramos porque en alguien debe recaer la culpa de sus fracasos.
El trabajo, la responsabilidad y la puntualidad son el eje que mueve nuestras vidas y también la razón del abandono y el deterioro de nuestra familia. No puedo decir que entiendo a plenitud las prioridades de mis padres, después de todo su intención fue darnos una mejor vida y de cierta forma una parte de todo lo dado alcanzo a llegar a donde debía.
Agradezco que no me reprochen mis desaires de juventud y nuestros momentos juntos nos den la paz que necesitamos, para continuar a un ritmo cada vez más lento los devenires de la vida.
Ya casi dan la una de la madrugada, mi madre pica un poco de fruta, mientras mi padre nos lee las ultimas noticias desde su tablet, pues sabemos que sin importar la hora le ganaremos al sonar del despertador hasta el último día de nuestras vidas.
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