Sueños de libertad

Sueños de libertad

Nina Tower

07/06/2019

No tengo más que palabras de agradecimiento por el trabajo que tuve. Agradezco todo lo que aprendí, el jefe maravilloso que tuve, la gente que conocí y las amistades que cultivé. No voy a culpar al trabajo por la depresión que sufrí, todo lo contrario. Él me ayudó a encontrar mi camino, mi verdadero camino. Fue muy difícil sobrellevar los sentimientos que me empujaban hacia abajo, hacia la oscuridad. Es increíble como nuestra mente nos manipula, y nos engaña, haciéndonos creer que no hay salida. Pero como dicen por ahí, después de tocar fondo y llegar a cero, lo único que queda por hacer es subir, poco a poco, día a día. Pero es mejor que empiece por el principio. Por aquel lunes que cambió mi vida. Ojalá que mi experiencia sirva para todos aquellos que se encuentran en la misma situación. Mi consejo; no se den por vencidos. Una crisis también puede ser una gran oportunidad.

Todo comienza con un sueño. Sueño que soy libre. No sé si soy un águila o un halcón, pero tampoco importa. Sobrevuelo montañas colosales y lagos azules que reflejan el cielo. Mis alas, calientes por el sol, están abiertas. Siento el viento entre mis plumas. Mientras observo a los peces nadar bajo la superficie de las aguas transparentes, un sonido interrumpe el mágico momento. Es un sonido que no pertenece a este lugar. Aturdida, quiero taparme los oídos, pero no puedo. Ese sonido me reclama. Poco a poco las garras de la conciencia se clavan en mí, alejándome de este paraíso. Sé exactamente lo que tengo que hacer. Aún con lagañas en los ojos, parpadeo varias veces. Saco la mano de debajo de la sábana y con un golpe de furia apago el maldito despertador. Son las seis y media de la mañana y todavía no ha amanecido. No quiero terminar de despertarme, quiero seguir volando, pero la imagen se va volviendo cada vez más borrosa. Sé que tengo que abandonar la tibieza de mi cama y comenzar el ritual de todas las mañanas. Me levanto, y en piloto automático voy al baño, me lavo la cara y me cepillo los dientes. Sobre la silla encuentro doblada la ropa que me voy a poner. Mientras me visto, pienso en la cantidad de “buenos días” que tendré que decir y las sonrisas amables que tendré que fingir. Después del desayuno, me pongo el abrigo y camino hacia la parada del colectivo, que, como todos los días, está repleto de gente. Tanta, que la cercanía de los cuerpos resulta incómoda. Una vez dentro del ascensor que me llevará al quinto piso, practico ante el espejo la sonrisa patética que tendré que esbozar por cuestiones “políticamente correctas”. Pero es un rol que tengo que jugar. Y lo juego hace años. Cruzo las puertas de vidrio y el mentiroso “buen día” se desprende de mi boca. Las palabras me cuestan más que hace cinco años, pero aún las pronuncio. Me siento en mi puesto de trabajo y prendo la computadora, lista para empezar otro día laboral.

El martes no me regala ningún sueño placentero. Sólo las ojeras de la mañana, y el cansancio que las acompañan. Transcurren lo días, las semanas, los meses, y ya no me molesto en fingir sonrisas. Apenas si emito un débil “buenos días” que sólo escucharán quienes agudicen el oído. Algo está creciendo en mí. Una sombra que no me deja en paz. Un grito silencioso que me agobia. El tiempo pasa y siento que me estoy apagando, que me estoy ahogando. Que estoy en el lugar incorrecto, viviendo la vida de otro. Mi rendimiento no deja de ser impecable, y no cesan los halagos de mi jefe ni de mis colegas. Pero lo que ellos no saben, es que me encierro en el baño a llorar. Intento por todos los medios que nadie se dé cuenta de que me estoy quebrando. Pero la máscara que recubre mi creciente depresión, se está derritiendo, y son cada vez más las personas que me preguntan si estoy bien. Y no puedo soportarlo, estoy al borde del colapso. Pero sigo aguantando, sigo fingiendo, y podría haber continuado así durante mucho tiempo, pero un buen día aquel sueño vuelve a mí, y me exige una respuesta. Me exige que tome una decisión que me es muy difícil tomar. Necesito ayuda y por primera vez en mi vida la pido. Se la pido a mi familia, a mis amigos, a mis colegas y hasta a mi jefe. Y lo único que obtengo son palabras de aliento. Ellos me empujaron a desviarme del camino que venía siguiendo por inercia, y me ayudaron a encontrar el mío, el que ahora estoy recorriendo.

El trabajo fue mi peor enemigo y mi mejor aliado. Me enseño a no conformarme. A no tener miedo de volver a empezar. Comprendí que en el momento exacto en el que uno siente que está viviendo una vida que no le pertenece, debe cambiar el rumbo. En mi caso, fue el trabajo el que me hizo entender ese simple concepto. Me dio las alas y me permitió concretar mis sueños de libertad.

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